Una experiencia comunitaria de producción de alimentos

EDICIÓN IMPRESA

Sociedad 11 de octubre de 2019 Franco Muñoz Franco Muñoz

Por Franco Muñóz
De Nuestra Redacción

Un grupo de mujeres cultiva la tierra. Finalmente,  un día se encuentran con los primeros frutos. Entre las nueve integrantes de la huerta se reparten las zanahorias y, a viva voz, dicen: “¡Qué bueno es poder darnos una mano y llevar nuestra producción a la mesa de nuestras familias!”. 

Se trata de la huerta comunitaria Semilla Feliz, ubicada en el barrio San Rafael de Despeñaderos. Gracias a la organización Trabajadores Unidos por la Tierra, el grupo lleva adelante su proyecto de huerta comunitaria, al igual que otras 14 quintas de la localidad y de otros proyectos similares repartidos entre San Isidro, José de la Quintana, San Agustín y Los Molinos, donde está el corazón de este proyecto solidario.

Hay mucha gente que no lo comprende, y hasta les preguntan “¿cómo es que tienen ganas de levantarse y agarrar la bici y pedalear hasta el refugio para hacer una huerta?”. Mercedes Ferrero tiene una respuesta muy clara: “Se trata del vínculo con la tierra y la importancia de trabajar solidariamente para que las familias de la región puedan contar con un plato de comida, a base de alimentos sanos”. Ferrero es una de las integrantes del colectivo Trabajadoras Unidas por la Tierra del Refugio Libertad, el ex predio militar conocido en la zona como Batallón 141, espacio recuperado por la CTEP -Confederación de Trabajadores de la Economía Popular- para los pueblos de la región. Cordobesa, con una experiencia de trabajo comunitario en barrios de bajos recursos de la capital provincial, Mercedes hace dos años que trabaja en este proyecto popular y regional. 

Trabajadores unidos por la Tierra es una organización conformada por 200 familias, que integran la CTEP. Se trata de un grupo comprometido con la economía de sus integrantes, en busca de alimentos sanos para su abastecimiento. La organización produce alimentos agroecológicos, en su mayoría huertas, pero también trabajan en la producción de huevos, pollos, chanchos, plantas aromáticas, medicinales y frutales. 

Ferrero cuenta que iniciaron las tareas hace dos años, cuando una vecina de Los Molinos puso a disposición un terreno para la puesta en marcha de una huerta, administrada de manera conjunta y solidaria. “Nadie trabaja solo ni sola, sino que la idea es generar trabajo comunitario”, explica quien para las trabajadoras de las diferentes huertas es una referente del movimiento.
La trabajadora cuenta que en Despeñaderos el proyecto tuvo un gran impulso y en poco tiempo creció muchísimo. Son 15 las huertas construidas en el pueblo, gracias a que las familias pusieron a disposición sus tierras para trabajar comunitariamente. 

Su lucha por la economía popular

El objetivo principal del grupo es recuperar tierras para la producción de alimentos sanos. Se pretende generar un piso básico de seguridad alimentaria, destinado primeramente para las familias que forman parte de los proyectos y de los distintos espacios de producción, para luego proveer alimentos sanos a un precio justo para los pueblos en los que trabajan. Además de esto, destacan su posibilidad de entablar contactos con comedores y merenderos de la zona y con asentamientos populares de las ciudades. “Es importante que a estos lugares no solo lleguen harinas y alimentos vencidos, sino que puedan contar con alimentos sanos”, aseguran.

“Al proyecto lo vamos construyendo entre todos, con una forma de organización que es democrática, sin patrones, sin punteros, sin dirigentes”, explica. Todo está relacionado con la modalidad de trabajo, ya que las decisiones se toman en asamblea. Allí ponen en juego las experiencias de vida de cada uno “y en este intercambio de saberes vamos armando la organización”.

En relación a la problemática de la tierra, Ferrero se muestra entusiasmada con lo que se realiza en San Agustín, donde el municipio puso a disposición un predio, que es trabajado por los miembros de la organización. Sin embargo, al contexto de crisis alimentaria se le suma que hay pocas tierras fiscales y la mayoría es propiedad privada. 

Meses atrás, la candidata a Diputada Nacional de Hacemos por Córdoba, Carolina Basualdo, visitó el Refugio junto a referentes del Ministerio de Agricultura de la Provincia. En ese encuentro, el colectivo de trabajadores manifestó sus necesidades y el trabajo a pulmón que realizan diariamente. Luego de esa reunión, en Despeñaderos se realizó la entrega de herramientas, por parte de este organismo provincial, a las 15 huertas distribuidas en el pueblo.

“Semilla Feliz”, una de las huertas de Despeñaderos

La huerta Semilla Feliz es uno de los 15 proyectos de Despeñaderos. Se encuentra en el Barrio San Rafael y es administrada por nueve mujeres. Ellas son Carina Rodríguez, Elda Córdoba, Cristina Patiño, Teresa Salvai, Carina Quinteros, Fabiana Fasio, Daiana Prosman y Marisa Vega que es la delegada. 

El terreno es propiedad de Marisa Vega, quien lo puso a disposición del proyecto. Entre las nueve, limpiaron el terreno y lo dejaron listo para el cultivo de alimentos naturales. Recuerdan los primeros frutos, cuando solo recolectaron unas pocas zanahorias y se las repartieron entre todas. 

La mayoría de estas tierras pertenecen a sus mismos integrantes o familiares quienes ponen a disposición el espacio para poder realizar este proyecto. Estas huertas también forman parte del colectivo “Trabajadores unidos por la tierra”. La organización colabora con los elementos necesarios para trabajar las quintas y organiza capacitaciones para que las trabajadoras puedan acceder a los conocimientos adecuados para el trabajo de la tierra.

La delegada de Semilla Feliz se muestra feliz por la propuesta que lanzó el intendente Juan Carlos Cimadamore durante el acto de entrega de herramientas. En ese momento, el mandatario dijo que sería muy bueno que el Paicor de la Escuela 25 de Mayo pueda abastecerse de los alimentos sanos que producen las huertas de Despeñaderos. “Acá tenemos verduras frescas, sin químicos, lo que consumimos y vendemos en las ferias lo cortamos ese mismo día de la planta”, dicen las trabajadoras desde su huerta, pero reconociendo que es una tarea que se replica entre todas las huertas de la región que cultivan y entregan alimentos sanos. 
Muchas de las mujeres cobran el plan Por mí trabajando estas huertas. El gobierno provincial, a través del municipio colaboró con las herramientas, pero todo nace de su trabajo diario. “Acá no estamos por religión, ni por política, sin patrones, solo que debemos comprometernos a cumplir las horas y ser responsables cuidando la huerta”, dice Cristina Patiño, una de las integrantes, y agrega que lo producido es un aporte para sus familias. 

Los diferentes grupos organizados participan de ferias en las que cada huerta vende sus alimentos y lo recaudado queda para sus integrantes. Desde la agrupación de mujeres cuentan que se trata de precios accesibles, en compromiso con la economía popular. Este es su objetivo, poder abastecerse con los alimentos que producen y también poder comercializarlo, como una fuente de trabajo. “Que vivamos de la tierra”, dicen entre todas mirando hacia cada rincón de la huerta que trabajan diariamente. 

Por la memoria: el Refugio Libertad y la necesidad de la tierra

“La problemática del acceso a la tierra es la principal dificultad cuando queremos comenzar a trabajar. Luego está la necesidad de herramientas, el acceso a tecnología, pero lo primero es la tierra”, dice Mercedes Ferrero y remarca: “Para la economía popular, es muy difícil acceder a estas cuestiones, por eso valoramos mucho la recuperación de este espacio, que bautizamos Refugio Libertad”.

Para este proyecto necesitaban un sitio donde pudieran trabajar y reunir a todos. La CTEP llevó adelante tratativas con la Agencia Administradora de Bienes del Estado, en reclamo por lugares abandonados y en desuso. Dentro de este paquete de demandas salió el permiso de uso del predio, a mediados del 2018. “Nuestra intención es que estos espacios funcionen a favor de la soberanía alimentaria, con la producción de alimentos sanos y de calidad para los pueblos, pero también en función de la organización popular, como espacio de formación y capacitación”, cuenta Ferrero sentada en una de las salas del Refugio y agrega: “Es nuestro espacio, estamos todos los días, aquí funciona el corazón de este proyecto”.

Además de este trabajo por la economía familiar, la puesta en valor de este lugar significa para ellos recuperar la historia de este espacio. Sobre el ex Batallón 141 hay una causa en la Justicia Federal que investiga el funcionamiento de un centro clandestino de detención durante la última dictadura cívico militar en el país. “Buscamos reconstruir la historia, hay un silencio enorme acerca de las funciones de este lugar, por eso, recuperar la tierra es para nosotros recuperar la memoria”, cuenta e invita a sumarse a los talleres de memoria que realizan.  

En los pueblos, con las organizaciones

Para destacar, acerca de cómo llegan a las diferentes localidades, Mercedes Ferrero aclara que los vínculos familiares entre localidades fueron fundamentales. “La gente se va acercando, es el modo en que crecen las organizaciones populares, las que estamos en el territorio, bajo un contexto de crisis, básicamente para aguantar el momento”, cuenta. En este contexto de emergencia alimentaria nacional y la situación económica cada vez más ajustada, la trabajadora unida por la tierra dice: “Apenas estamos logrando aguantar la olla, colaborando para que haya menos familias pasando hambre”. 
 

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