El largo camino del que se atrevió a soñar

A 20 años.

Edición Impresa 03 de diciembre de 2020 Diario Sumario

En la calle Los Jazmines, en el extremo oeste de la ciudad de Alta Gracia, se levanta imponente San Ramón. La gente que circula por la calle, y que desconoce la zona, la confunde con una iglesia. Sin embargo, por dentro es una casa y en ella vive Mario Borio, uno de los responsables, junto a su esposa Lucille Barnes y Noemí Lozada de Solla, de que la Estancia Jesuítica de Alta Gracía forme parte hoy del Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco.

“Mucha gente piensa que es una Iglesia, un atractivo más de los que hay en la ciudad. Una vez, por esta cuestión del patrimonio, vino a Alta Gracia un escritor que paro en la casa de Hilda Zagaglia. Él le pregunto a Hilda qué lugares podía conocer, y ella le explicó todas las cosas que había que ver. Un día, volvió del recorrido y le dijo: ¡Hilda! No me dijiste nada de San Ramón. Hilda desconcertada le preguntó: “¿qué San Ramón?”, la iglesia de los Jesuitas, respondió el hombre. Ella se pone a pensar, qué se le podía haber pasado, hasta que cae en la cuenta de que se trataba de mi casa”, recuerda Mario.

Borio -quien hoy tiene 75 años- comenzó con la obra a finales de los ´80. La casa, tiene la estructura, medidas y proporciones de las antiguas construcciones jesuíticas, y refleja, ya desde sus cimientos, el respeto, conocimiento y pasión que despierta en él toda la tradición y el legado de la Compañía de Jesús. “Si hoy hiciera la casa de nuevo, la haría distinta. Yo decía que todo tenía que ser idéntico, hasta la esencia. Por dentro y por fuera. Las paredes tenían que ser anchas, todas. Con ese material me podría haber hecho tres casas”.

¿De dónde surge este interés por legado jesuita, qué lo impulsa a cargarse al hombro por 30 años una construcción que se identifique con ellos? La respuesta comienza a formularse bastantes años atrás. “De chico me encantaban los ranchos y Córdoba estaba llena. Me acuerdo de las películas de cowboys, de Clint Eastwood. Me gustaban esas construcciones. Desde los cuatro años venía a Alta Gracia de Buenos Aires todos los veranos a pasar las vacaciones. Tres meses estábamos en una casa de la familia. Apenas pude arreglármelas solo me vine a vivir acá. Tenía 23 años. A principios de los ‘80 compre este terreno en un remate que hizo la Compañía de Tierras y Hoteles. Ahí empecé a pensar, que quería mimetizarme con Alta Gracia, con el paisaje, quería que la casa se notara lo menos posible, que fuera parte del paisaje. Empecé a dibujar, y una vez, estando en el museo, me di cuenta que lo más propio de la ciudad era eso, el museo, y así surgió esta casa. Ahí empecé a darme cuenta de la importancia y la calidad de las construcciones jesuitas”.

 

El gran paso

La construcción de la casa, y todo el conocimiento que gracias a ella adquirió del legado jesuítico, fue una de las principales razones que motivó a Mario Borio a convertirse en el precursor de que Alta Gracia formara parte del Patrimonio Histórico de la UNESCO. “Todo eso que fui aprendiendo sobre la marcha, se mezcló con un viaje que hice a Europa, donde vi cosas maravillosas. Y yo en ese momento pensaba… ¿qué puede hacer Alta Gracia y la Estancia, contra estos monumentos colosales?, pero me di cuenta que hay cosas que tienen otro tipo de valores. Porque a la UNESCO lo que le importa, es la importancia relativa, la importancia que le da el contexto y lo que significa para ese entorno. En el contexto, la obra de los Jesuitas fue una gestión civilizadora descomunal”, reflexiona. Borio y su esposa, percibieron la necesidad de hacer algo para que las construcciones jesuíticas fueran realmente valoradas. Tras años de conversaciones decidieron pasar a la acción para que “ni las topadoras del progreso, ni la desidia” pudieran dañarlas.

Ateo confeso, no duda al remarcar: “A mí me caían mal todos los curas. No era de mi interés ninguna religión y tampoco sabía nada de patrimonio, pero cuando empecé a conocer sobre los Jesuitas, me empezaron a entusiasmar, porque me di cuenta que lo que habían hecho fue mucho más importante que lo que se hizo 100 años después. Me di cuenta que los habían echado porque justamente se habían hecho tan fuertes y con una ideología que carcomía los fundamentos de la explotación que tenían los estancieros, que estaban constantemente peleando cuestiones ideológicas con los jesuitas.  En los hechos, la gente esperaba de ellos –estancieros, encomenderos– lo mismo que al final le terminaban dando los curas. Los esclavos directamente eran otro cantar. Los jesuitas fueron los únicos que les permitieron ir a misa, porque ni las otras órdenes ni los estancieros se lo permitían. Y por eso eran grandes. Los jesuitas eran la Cuba del siglo XVII, eran increíbles”.

Sin saber demasiado, pero entusiasmado con la idea, la iniciativa de incluir a la Estancia Jesuítica en la Lista de la Unesco comenzó a pergeñarse en la mente de Borio y Barnes, quienes sumaron a Noemí Lozada de Solla a la idea (fallecida en enero de 2009) quien era por aquellos años la Directora del Museo de la Estancia, convirtiéndose en la primera directora mujer de un museo en la Argentina, y una figura más que necesaria para que la idea viera la luz. “Invite a mis amigos, conocidos, para que formaran parte. Mimí se enloqueció, le encantó e hizo muchísimo, porque con su nombre se nos abrieron todas las puertas. Todo el mundo la conocía. De los otros invitados, no vino ninguno”.

Hay que decirlo con claridad. Cuando Borio comenzó a difundir su idea, realmente parecía un predicador en medio del desierto. La mayoría lo miraba sin entender de qué hablaba, ya que, quizá como hoy, muy pocos saben de qué se trata esa Lista. Pero no sólo quienes no conocían el tema lo miraban extrañados. Tampoco los funcionarios nacionales y provinciales encargados del Patrimonio Cultural entendían cómo semejante iniciativa había surgido de un ciudadano, cuando este tipo de gestiones siempre se habían hecho desde los gobiernos, y no desde particulares.  Así que primero, Borio tuvo que convencer a muchos. “Se daban cuenta también que nosotros no teníamos mucha idea. Que no éramos del palo, que veníamos de afuera. Con los funcionarios era difícil porque no te creían y tampoco creían en Córdoba. Los políticos necesitan hacer política, obras que le signifiquen valores que puedan ayudarlos a seguir su carrera. Con la gente de la política el problema es que todo es a muy corto plazo”.

Pese a las negativas y la falta de interés, Borio y compañía siguieron adelante. En ese momento, entabla relación con Norberto Roma, quien empezó a participar en el proyecto junto a Silvia, su esposa, y comenzaron a recorrer empresas y fundaciones para poder financiar el proyecto. “En ese punto nos contactamos con Carlos Page, que tenía mucho trabajo hecho sobre las Estancias Jesuíticas, y lo que hizo fue armar un relato de la obra de la Compañía de Jesús en Córdoba. Ahí fue cuando empezamos a apurar el tema. Tenía un primo hermano, vicepresidente de Telefónica Argentina, y gestionamos a través de él un aporte de 100 mil dólares para encarar el proyecto. Cuando nos dan esa ayuda, todos se enteraron. Todos los funcionarios querían llegar primero. Me llamó Magdalena Faillace, quien en ese momento era directora de Patrimonio de la Nación y hasta ese momento no me había dado mucha bolilla, y empezó a arengar para que le pusiéramos intensidad al tema. Ahí comenzaron los viajes a Buenos Aires y el tema empezó a andar más rápido”.   

Borio recuerda que en junio del ‘99 cerraban las presentaciones para los proyectos, y esa oportunidad no se podía dejar pasar. Fue él, directamente, quien compró los pasajes para que Faillace volara a París a través de Air France y pudiera presentar el proyecto el lunes de la última semana de la presentación. Eran tres cajas que pesaban 36 kilos. Había que presentar los papeles por triplicada y cada presentación era de 12 kilos.

Salir de Buenos Aires ya fue un problema serio. “La Secretaria de Cultura de la Nación la llama a Magdalena el viernes y le dice: ´cualquier presentación que se les ocurra hacer a ustedes en nombre de la Argentina, la vamos a rechazar, no la vamos a permitir`. Magdalena llegó a Paris, se tomó un taxi y se fue a la Unesco, empujando las tres cajas. La recibió una de las máximas autoridades en ese momento, y se pusieron a charlar. En eso, le avisan a este hombre que tenía una llamada del Embajador Argentino ante la Unesco, con la orden directa de no recibir nada que viniera de la Argentina. Y él le dijo: ´vamos a hacer la presentación ya mismo´, uno con cada caja. Si no iba el lunes… no entraba nada. Las peleas entre funcionarios eran una cosa de locos”.

Finalmente, en julio de 1999 el proyecto quedó seleccionado como finalista. Más de un año después, y muchas visitas y revisiones, en noviembre de 2000 se conoció la noticia de que Alta Gracia ingresaría a la codiciada lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, poniendo el broche de oro, el 2 de diciembre de ese año.

 

- ¿Cómo fue el trabajo, una vez que se realizó la Declaración?

Una vez que es Patrimonio, hay que hacer muchísimas cosas. Hay una frase, que no es cierta, que dice que no hay Patrimonio de la Humanidad que no sea un éxito. Yo pensaba, que primero había que apuntarle al tipo de gente a la que le interesaba este tipo de cosas, que había que apuntalar el turismo, para que la gente viniera sólo por esto. Ahí empezó un trabajo enorme por mi parte, que no me hizo bien. Fue muy difícil, me desgastó mucho. Había mucha competencia por todos lados. Todos querían opinar lo contrario de lo que yo proponía, el tema es que yo a esas alturas ya sabía mucho, como si hubiera hecho una carrera universitaria sobre patrimonio y sobre turismo especializado. Y gente que no sabía nada, o que sabía un poco, se ponía en contra de todas mis propuestas. Incluso hubo una época en que las cosas no andaban bien con Mario Bonfigli, al quien se le había metido en la cabeza que quería traer un Cristo de 36 metros, el más grande del mundo, y ponerlo en Potrero de Loyola, atrás de los filtros, mirando con los brazos abierto. Para mí, eso rompía con todo lo que se estaba haciendo y dejaba a la ciudad al mismo nivel que muchas otras ciudades que ya tenían su Cristo. A eso lo pelee hasta que lo bajé, y me costó la relación con Mario por bastante tiempo, lo que impidió que pudiéramos hacer más.

Con Hugo Testa éramos muy amigos. Le rompí tanto pero tanto, hasta que conseguí que ponga los cuatro millones que hacían falta para poner el pórfido, que ahora lo están emparchando con asfalto. Yo les dije que tercerisen el mantenimiento, para que lo arreglaran como corresponde, pero no me dieron bola. Después empecé con el tema de la Iglesia, para ponerla en valor. Me llevo años, hasta que un día me llamo Hugo y me dijo: “tengo dos noticias, una buena y una mala. La buena es que tengo la plata para la puesta en valor de la Iglesia, la mala es que vos no vas a poder estar”. Marcelo Siderides no me quería ahí… después vino todo el despelote.

 

- ¿Qué análisis haces, a 20 años de la declaración?

Yo lo que me doy cuenta es que en estos 20 años Alta Gracia cambió mucho. Antes vivir en una casa de más de 100 años era medio berreta y ahora están todas lindas, pintadas, valorizadas. Eso fue muy importante. Algunas cosas cambiaron, pero en realidad con el Patrimonio de la Humanidad, Alta Gracia debe ser el único lugar que hizo magia: porque fue el único lugar en donde la declaración no tuvo incidencia en el turismo, donde todo se desperdició. Nadie creía en eso, y por eso nadie le dio bola.

 

- ¿Qué consideras que se debería haber hecho diferente?

Muchas cosas. Habría que haber continuado con el pórfido, sin veredas, hasta Prudencia Bustos, más o menos. La (avenida) Belgrano tendría que haber sido recuperada temáticamente. Ese fue un concepto con el que todos me volvieron loco, me preguntaban si quería hacer de Alta Gracia un parque temático Jesuita. Claramente nunca se entendió la idea. Yo quería que la gente tuviera algún aviso de lo que le esperaba, por eso la zona de protección es importante. Me cansé de presentar cosas, de tratar de hacer muchísimo. Durante dos años estuve como Director de Patrimonio, para desarrollar todas estas cuestiones que iban a terminar en una ordenanza madre. Con Jano Ávila hicimos muchísimo, trabajamos un montón, todo estaba alineado. Finalmente le entregamos el trabajo al Concejo, pero nunca vio la luz.

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