Los sueños truncos y las ambiciones que quedaron a medias

A 20 años.

Edición Impresa 03 de diciembre de 2020 Diario Sumario

La inclusión del casco histórico de Alta Gracia en la Lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, es tal vez, el hecho más significativo de la ciudad, después del nacimiento de la Estancia Jesuítica en el siglo XVII. La noticia que llegaba desde el otro lado del mundo sorprendió a finales de 2000 a los pocos programas matutinos que se enteraron en la capital provincial, más por la inclusión de la Manzana Jesuítica de la ciudad de Córdoba que por el conjunto del “Camino de las Estancias” que había presentado la República Argentina, y que incluía además de esta última, a las  estancias de Alta Gracia, Jesús María, Santa Catalina, Colonia Caroya y La Candelaria.

Fue una de las pocas veces que Sumario dedicó toda su portada a una noticia, tal la dimensión que se le dio por entonces a la inclusión en ese selecto grupo. A días de cumplirse dos décadas de aquel hito histórico, ya sea por la pandemia o por falta de interés, en la ciudad del tajamar no habrá la celebración que ese acontecimiento merecería. 

El motivo de lograr la Declaración, estaba a la vista. La misma, acarrearía un sinnúmero de beneficios para la ciudad, que iban desde los medios económicos necesarios para el mantenimiento de las antiguas construcciones, hasta la eventual llegada de turismo internacional. Al mismo tiempo, la argumentación era sólida: si las ruinas integraban la lista, ¿por qué no hacerlo aquellas estancias que se conservaban en perfecto o en muy buen estado después de cuatro siglos?

La iniciativa de incluir a la Estancia Jesuítica en la Lista de la Unesco tuvo como principal impulsor a Mario Borio y su esposa Lucille Barnes, quienes sumaron a Noemí Lozada de Solla a la idea. Pero además, la iniciativa, necesitaba apoyo. Uno de los principales requisitos exigidos por la Unesco residía justamente en la concientización ciudadana. Además se necesitaban cuantiosos fondos para preparar el proyecto. 

Cuando por primera vez, Mario y Lucille expusieron públicamente la idea, no fueron bien recibidos, pero supieron encontrar importantes aliados como Noemí Lozada de Solla, y otros vecinos de la ciudad y, a pesar de que las presentaciones ante la Unesco deben ser realizadas por el Estado, el apoyo a la iniciativa ciudadana tardó mucho en llegar. Recién cuando el objetivo comenzó a parecer más cercano, aparecieron los funcionarios que posaron para la foto.

Para llegar a la declaración, hubo que conseguir adhesiones, elaborar un costosísimo dossier, obtener los recursos para hacerlo, convencer a especialistas, lograr que el Estado asumiera el proyecto como propio y sortear inspecciones de la propia Unesco.

 

La entrega y el después

Un comunicado de presa, fechado el 30 de junio de 1999 y firmado por la Comisión del Proyecto, compuesta por Lozada de Solla (presidenta) Borio (vicepresidente) y Barnes (secretaria general), expresaba textualmente: “La Comisión del Proyecto tiene la satisfacción de informar que con fecha 29 de junio hemos entregado en la Secretaría del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, Paris, Francia, el dossier requerido por ese organismo internacional, que considerará en el período 1999-2000 la inclusión en la Lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad al conjunto de la Manzana de la Compañía de Jesús y las Estancias Jesuíticas de Córdoba, tal como las propusimos en el Proyecto “Caminos de las Estancias”. 

La encargada de llevar el proyecto a París, fue Magdalena Faillace, presidenta de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos. La presentación ante la Unesco, era sólo el puntapié inicial, y el trabajo que seguiría a continuación no era menos arduo, ya que de no cumplimentarse estrictamente con las recomendaciones el organismo internacional -cuyos veedores realizaban visitas a Alta Gracia para chequear los avances de las mismas- la ciudad perdería el derecho a la tan esperada nominación. El éxito de la empresa, dependía inexorablemente de la concientización de la comunidad con respecto al tema, ya que sería ella la que determinaría si se sentía o no, parte del ambicioso proyecto. Entre las recomendaciones de la Unesco se encontraba la protección del entorno y por ello, la ciudad se zonificó en áreas de primero, segundo y tercer orden.  Además, se realizó un inventario que sumaba 400 viviendas con valor histórico para la ciudad, cuyo lenguaje arquitectónico no podría cambiarse.

En julio de 1999, el Concejo Deliberante de Alta Gracia aprobó la ordenanza 4368 de Protección de los bienes naturales y culturales de la ciudad y el Manual de Procedimiento para las actuaciones en el área de Primer Orden. El mismo incluía disposiciones que atendían a las recomendaciones de la Unesco y exigía el estricto cumplimiento de normas como la actuación sobre fachadas, veredas, extracción de arbolado urbano, ampliaciones, demoliciones, excavaciones, instalación de carteles y marquesinas, etc. Al mismo tiempo, se comenzó a planificar una fuerte tarea de concientización sobre el Patrimonio en las distintas escuelas de la ciudad, y hasta se pensó en incluir una materia especial sobre la cuestión en la curricula académica.

 

“Camino de las Estancias”

El libro “Camino de las Estancias” obra de Carlos Page, fue presentado en febrero del 2000, y constituyó un importante eslabón en la cadena de acciones tendientes a lograr la inclusión de las construcciones jesuíticas como Patrimonio de la Humanidad. En aquella oportunidad estuvo presente el por aquel entonces gobernador José Manuel de la Sota y más de 400 personas colmaron el antiguo patio de la Estancia.

El libro inicia con las palabras que la Comisión del Proyecto destinó para rememorar la génesis del mismo. Los sueños, los tropezones, el temor a la indiferencia y la empecinada voluntad de unos pocos para avanzar pese a todo. La búsqueda de  12.000 firmas en Alta Gracia, la desesperada tarea de conseguir un patrocinador económico, las idas y venidas hasta lograr que a 48 horas de vencerse el plazo previsto, el dossier del “Proyecto de todos” llegara a la sede de la Unesco en París.

Carlos Page, no dejó resquicio sin recorrer sobre el legado material y espiritual de los jesuitas en Córdoba. En la obra contextualiza cada hecho en la realidad social, económica, política y cultural de los tiempos que describe. El autor, incluyó mapas, planos, cartas, documentos y fotografías que realzaron el valor de la publicación.

Finalmente, el sábado 2 de diciembre del 2000, la ciudad de Alta Gracia celebró con diferentes actos la inclusión en la lista del Patrimonio de la Humanidad. La Residencia Jesuítica -hoy Museo de la Estancia Jesuítica de Alta Gracia y Casa del Virrey Liniers- la Parroquia de La Merced, el edificio del Obraje, el tajamar y el Molino Jesuítico fueron los monumentos que la Unesco distinguió en esa recordad sesión realizada en Sidney, Australia.

 

Lo que se hizo, y lo que no

Las iniciativas de Borio, muchas de ellas realidad, le valieron enfrentamientos varios. El mayor de ellos fue su férrea oposición al Cristo Gigante que Mario Bonfigli planeaba instalar en el predio Solar del Palmar. Esa pelea llevó a que el Intendente lo llamara “seudovecino fundamentalista”. Borio aguantó el embate en silencio, ganó la pulseada y poco a poco la relación fue mutando, hasta convertirse en un hombre de consulta permanente del jefe de la administración local, sin perder su excelente relación con el Ministro Hugo Testa. En el proyecto de puesta en valor del casco histórico son claramente visibles los aportes de Borio y también por su iniciativa se resaltaron los frentes de tres comercios de la calle España enclavados en lo que antes era una única fachada. Allí también se reemplazó la cartelería con el objeto de demostrar que con mayor sobriedad, también puede ser hermosa. En cada uno de esos pasos, el admirador de los jesuitas encontró resistencias. 

La reforma de la Plaza Solares y la colocación del tan mentado pórfido en las calles céntricas, con el posterior parchado con cemento en una obra que costó millones, los “daños irreparables” que se produjeron en la Parroquia de La Merced en post de su puesta en valor, el polémico proyecto de reforma del Banco Nación y los planes que quedaron a medias, formaron parte del derrotero por el que transitaron estos 20 años de la declaración del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, cuyos festejos pasarán sin pena ni gloria. 

Las ambiciones de un turismo internacional que viniera tentado por la promesa de la Estancia y sus virtudes, son harina de otro costal. Es cierto que a partir de 2000, la actividad en cada espacio del patrimonio jesuita aumentó. No sólo porque multiplicaron la cantidad de visitantes sino porque han generado entusiasmo entre diferentes actores de la vida social y cultural de Córdoba.

Aunque esos avances se ce­lebran, el Camino de las Es­tancias que componen la Manzana Jesuítica de la capital y las estancias de Alta Gracia, Jesús María, Santa Catalina, Colonia Caroya y La Candelaria no ha podido desarrollarse aún como un conjunto, cohesionado, dotado de un hilo argumental común. La excusa de la interjurisdicción y las diferencias de objetivos entre quienes administran cada uno de los bienes (gobierno nacional, provincial, municipal y privados) son muchas veces la explicación con las que se pretenden justificar que este Patrimonio de la Humanidad en particular, quizá no sea el éxito turístico esperado.

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