Crónica sobre un hisopado en el Hospital de Alta Gracia

Covid-19

Opinión 14 de enero de 2021 Diario Sumario

Son las nueve menos cuarto de la mañana. Una paciente, que siempre suele retrasarse, esta vez, llegó quince minutos antes a hacerse un hisopado al Hospital Arturo Illia de la localidad de Alta Gracia.

Espera. Ya esperó bastante. Y ahora, no le queda otra, ya está ahí, ya consiguió su cita y no puede moverse del lugar hasta que no le hagan ese bendito test.

Comienza a hacer cálculos: cuál es el médico que llama más rápido, cuál no está llamando, cuánto tiempo demoran por paciente, cuánta gente falta por atender. Además de estar muy alerta a que no la salteen. Le produce terror la idea de que la llamen y no escuche, porque justo, quizás, se distrajo con alguna paranoia.

De pronto, recuerda las interminables esperas que soportó en el transcurso de su vida. En otros Centros de Salud, en el Registro Civil, en el Banco, y así.

En ese entonces, piensa que una gran cantidad de horas de su vida se la pasó esperando.  

El hisopado tarda menos de cinco minutos. Y ella, junto a otras sesenta personas, deben esperar una eternidad. Sumado a que si da positivo, vendrá un largo y maldito aislamiento: una nueva espera, de mínimo, diez días.

Las personas, algunas sentadas, otras paradas, con sus piernas doloridas, están en la parte de "Adultos con síntomas respiratorios". Lo que vulgarmente, los médicos del Hospital llaman "La Covidera", curioso nombre. Pues sí, allí, mientras la gente espera, tose detrás de los barbijos. Y cuando eso sucede, se produce un silencio aterrador que activa los peores pensamientos y prejuicios vinculados a la trama del contagio.

"¿Cuál de todas estas persona tendrá coronavirus? ¿Ese jóven que acaba de toser? ¿Habrá a ido a una fiesta clandestina? ¿Estaré contagiada?. Si no tengo el virus ahora, matate que me lo pesco acá. ¡Qué ese señor se aleje, Dios!. ¿Por qué se acerca?. Distancia, señor. Son algunas de las cosas que piensa, pero que en realidad, quisiera gritarlas a los cuatro vientos.

Finalmente, cerca de las once. La llaman. Le hacen el test rápido. Ese que es por la nariz. Incómodo. Pero rápido. Los médicos son todos muy amables a pesar de que se deben estar mueriendo de calor.

Todo parece una película de ciencia ficción. Máscaras, guantes, trajes de astronauta. Plásticos. Pasillos. "El futuro es eso que está sucediendo" se dice a sí misma.

"Negativo"; le afirman. "Vas a tener que esperar otra media hora, porque hay que hacer el PCR".

Una vez más, afuera a esperar. Con los ojos llorosos. No de angustia, aunque podría ser, sino porque el hisopo de la nariz le produjo algunas lágrimas involuntarias. 

Espera por el nuevo test ; espera a que la llamen, espera a que le hagan el estudio, espera por el resultado del estudio. Espera y espera.

Y aún le queda un largo camino. A ella y a toda una sociedad que naturalizó, que siempre hay que esperar. Y que cultivar la paciencia, parece ser la única opción que queda para estos casos. 

 

 

 

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