Todo tiene un principio
EDICIÓN IMPRESA
Bienvenidos a Argentina,
hermanos de la humanidad
unamos ya nuestras manos,
como signo de amistad.
Hermanos de la Humanidad,
Canción oficial del Encuentro de
Colectividades.
Letra: Ana de Corredera.
Música: Carlos Alberto Martínez.
El cuarto centenario de la ciudad de acercaba. Ya en 1987, las autoridades municipales, encabezadas por Audino Vagni, venían proyectando los festejos para conmemorar tan importante fecha. Programada ya se encontraba incluso, la visita del presidente de la Nación Argentina, Raúl Ricardo Alfonsín, que llegaría a la ciudad el 8 de abril de 1988, para la fecha exacta del cumpleaños número 400 de Alta Gracia.
Las ambiciones para conmemorar los cuatro centenarios de la ciudad eran altas y los festejos organizados, prometedores. Para que tan importante festividad cobrara carácter nacional, Audino Vagni se sentó en la mesa de Mirtha Legrand, ocupando el prime time de los argentinos para promocionar las actividades y poner a Alta Gracia en el centro de la agenda mediática.
En este contexto, y como una manera de homenajear a los inmigrantes y sus descendientes que formaron parte importante de la conformación de la comunidad altagraciense, surgió la idea de realizar un Encuentro de Colectividades, similar al realizado en la ciudad de Rosario, que reuniría a todos los llegados de otros países, que hubieran echado raíces en la ciudad con sus aportes, potenciándola con su participación.
Vagni creo la Subcomisión de Fiestas del Cuarto Centenario, encabezada por Inés Almada de Brunengo (Ver recuadro de Sub-comisión de Fiestas del Cuarto Centenario) quien a su vez, estuvo acompañada por vecinos íntimamente ligados a la vida social y cultural de la ciudad. Lo que no se podía prever en aquel momento, era que la fiesta tendría tal éxito que aquella del 88 no sería su única edición. Con el paso del tiempo, esos nombres fueron repitiéndose de manera alternada en las diferentes comisiones organizadoras del Encuentro Anual de Colectividades por más de 10 años, hasta que finalmente, y por diversos motivos, dieron un paso al costado.
En aquella primera edición participaron las colectividades de Argentina, España, Italia, Francia, Grecia, Japón, Sirio-Libanesa, Alemania, Israel, Perú y México.
A pulmón
Inés Almada de Brunengo recuerda que la planificación comenzó un año antes “porque era una fecha más que importante que necesitaba ser festejada y conmemorada por lo alto”. Oscar Rodríguez Ares, quien había sido designado al frente de la comisión organizadora de los festejos por los 400 años, impulsó la creación de una subcomisión de fiestas a cargo de Almada de Brunengo: “Empezamos a pensar qué podíamos hacer con la gente que vivía en Alta Gracia y que no había nacido en el país, pero que había colaborado, ellos o su descendencia, en el crecimiento de la ciudad. Entonces se nos ocurrió que se podía hacer una especie de encuentro que reuniera las comidas típicas, las vestimentas y costumbres y que la gente pudiera mostrar y compartir cada uno su cultura y costumbres”, explica,
El primer Encuentro de Colectividades se previo para la primera semana de marzo de 1988, pero el clima obligó a reprogramarla. Finalmente se realizó el 18, 19 y 20, en los márgenes del tajamar, con entrada libre y gratuita. Aquella primera edición es recordada por la simpleza de su organización, muy diferente a lo que ocurre hoy, más de 30 años después, con el principal festival cultural de la ciudad. “Fue muy precaria, muy simple. La Coca-Cola nos había cedido los stands para que cada una de las Colectividades montara sus espacios. Allí cada país ofrecía sus platos típicos y su vestimenta. Esa posibilidad, la de mostrar los platos de cada país para que la gente pudiera probarlos y conocerlos, era algo innovador y original, que no se veía en ninguna de las otras fiestas que ya había en la provincia. Eso nos dio la sensación de que el Encuentro podría permanecer en el tiempo y que fuera caracterizado con esa identidad”.
Si bien aquellos pioneros recuerdan la primera edición por su simpleza, no fue poco el trabajo que tuvieron que realizar para poder ponerla en marcha. Acuerdos con la Satag para el traslado de los contingentes, negociaciones con los comerciantes para pedir colaboración económica, buscar sonido, decoración y cuanta cosa hiciera falta para mover los engranajes de aquella fiesta. En el cumplimiento de esos menesteres tuvieron lugar miles de historias vinculadas al esfuerzo y las ganas que se le ponían a la celebración. Fue allí, que tuvo lugar una de las anécdotas que quedó marca a fuego en la memoria de los primeros organizadores. “La Coca-Cola nos donó cientos de flores para poder decorar. Como en principio la fiesta era para los primeros días de marzo, las flores llegaron para esa fecha, pero el cambio de la actividad por el tema del clima hizo que tuviéramos que ver qué hacíamos con las flores, porque con el paso de los días se iban a poner feas. Así que pusimos un puesto de flores en la Belgrano y ahí las vendíamos y con la plata que juntamos las volvimos a comprar. Para el Encuentro, las señoras del Club de Jardinería, se dedicaron a hacer los adornos florales que después decoraron cada stand. Por aquellos años todo era ‘casero’, nada que ver con lo que pasa hoy. El tan buscado crecimiento hizo que la fiesta fuera perdiendo poco a poco su identidad y ahora sólo importa qué tan grande se hace y cuánta es la gente que asiste, dejando de lado la importancia de lo que la impulso realimente, cada colectividad. Ahora de gracias les dan un lugarcito en el escenario mayor, y después las alojan en esos escenarios secundarios a donde nadie va a verlas”, sentenció Inés.
En el recuerdo de los que formaron parte quedó aquella primera edición del Encuentro de Colectividades. “Todo era camaradería, compañerismo. Sacábamos plata de nuestros propios bolsillos para cubrir lo que hiciera falta y disponíamos de nuestro tiempo con alegría y convencidos de que el trabajo que estábamos haciendo era para la ciudad. Todo era a pulmón, y los personalismos no tenían lugar alguno, porque éramos un equipo de gente trabajando con esfuerzo y poniendo el corazón”, sigue recordando Inés.
Esa comunión en la organización traspasó el grupo de la subcomisión y se trasladó a los vecinos de la ciudad que participaron de la fiesta y la hicieron propia. “El primer Encuentro fue un éxito. Cuando terminó la gente nos mandaba cartas, nos paraba en la calle, para decirnos que se tenía que hacer todos los años, porque todos se habían sentido parte. Nos pedían que siguiéramos trabajando y que fuera algo que se pudiera seguir haciendo”.
Una fiesta instalada
El segundo Encuentro Anual de Colectividades, realizado al año siguiente, vino a confirmar el éxito de la primera edición con la misma receta: baile y comidas típicas. Esa propuesta hizo que la gente se volcara masivamente al predio del tajamar para volver a ser parte de los festejos. “Realmente hacía mucho, muchísimo tiempo, que Alta Gracia no veía la concentración de gente de tal magnitud que convocó el Encuentro. Es que cuando la convocatoria es realmente amplia, pluralista, popular y de calidad, se ven cosas como las que se vieron: familias, parejas o simplemente grupos amigos y amigas, deambulando por el predio del tajamar, de stand en stand, mirando todo lo que ofrecían las colectividades, y principalmente, comiéndose todo lo que en ellos había”, cronicaba en 1989, la Voz Serrana. Más de 50 mil personas asistieron en las cuatro noches que duró la fiesta, según los diarios de la época.
“La ciudad se sentía involucrada en la fiesta. Ese era el gran secreto. Al principio no había grandes espectáculo, pero todos participaban porque disfrutaban de las cosas típicas y sobre todo de la gastronomía, que no se podía probar en otro lado”, recuerda Roberto José Brunengo, esposo de Inés y quien formó parte de las diferentes comisiones que se sucedieron durante trece años.
Brunengo fue presidente en dos oportunidades: durante las ediciones VII y X. En su primera vez como responsable de la fiesta, tuvo que afrontar una inesperada complicación: el balance del encuentro anterior venía en rojo y había que pensar en cómo cubrir esa deuda y aún así poder realizar la nueva edición. “En aquellos años todo era auto gestionado. Si bien la provincia y el municipio colaboraban mucho con fondos, lo cierto es que la comisión tenía que echar mano del ingenio para conseguir la plata que hacía falta”, explicó Inés. “Roberto no lo cuenta mucho, porque le da vergüenza, pero para el séptimo Encuentro, tuvo la idea de sortear un auto 0KM para poder cubrir el déficit que había quedado del año anterior. Puso plata de su bolsillo, para comprarlo, esperando poder recuperarla luego con la venta de los bono contribución que se vendió a $1”. La costumbre se mantuvo por varios años hasta que dejó de realizarse.
Con el paso de los años la fiesta se fue instalando en la provincia y creciendo de manera inimaginable asemejándose al formato por el que hoy es conocida. Comenzó a cobrarse una entrada general para los espectadores, y con la implementación de las plateas, la grilla se fue llenando con los nombres de los artistas más populares y convocantes de la época, subiendo así por supuesto el costo para formar parte.
La discusión por identidad de la fiesta comenzó a instalarse en la opinión pública casi dos décadas después del primer Encuentro. Algunos planteaban que la fiesta debía ser para la “gente de acá” y otros veían en el blanco a los turistas, soñando que de ese modo las ganancias estarían garantizadas. Lo cierto era que para “los de acá” entrar, comer y tomar algo en las tradicionales carpas, y ver un espectáculo desde el sector más económico de las plateas, suponía un lujo reservado para una sola vez, cuando se pudiera. ¿Cómo hacer una fiesta accesible para “los de acá” y “los de allá”, sin que bajar los costos supusiera un deterioro de la calidad de la programación ni de los servicios que se ofrecían? Se preguntaban los organizadores por aquellas épocas. La pregunta en esta, sigue sin respuesta.
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