Campo de batalla se ofrece
Javier Milei le mintió a la Jefa del Comando Sur de los Estados Unidos cuando le dijo que "los argentinos como pueblo tenemos una afinidad natural con los Estados Unidos". Obviamente, la generala Laura Jane Richardson sonrió por el cumplido, pero no lo tomó en serio.
La militar estadounidense estaba perfectamente al tanto de que Argentina es el país latinoamericano considerado "más hostil" por el Departamento de Estado de su país.
La escasa simpatía del pueblo argentino hacia los Estados Unidos no es una percepción caprichosa que surja de los intereses de dirigentes de uno u otro color político.
Tampoco de los sobrados episodios históricos expresando el rechazo popular a la superpotencia. Basta recordar nombrar algunos:
- En 1946 Juan Perón llegó a la presidencia logrando casi el 54% de los votos frente a la Unión Democrática que encabezó José Tamborini. No fue al radical a quien apunto la campaña del líder surgido el 17 de octubre del año anterior: "Braden o Perón", fue la consigna peronista señalando al entonces embajador norteamericano que había apoyado a la Unión Democrática.
- Ni hablar de las luchas y actos obreros y populares de los años ´60 y ´70, que invariablemente culminaban con la quema de una bandera norteamericana.
- Tampoco es posible soslayar la activa participación estadounidense en los golpes de Estado que derrocaron a Arturo Frondizi, Arturo Umberto Illia e Isabel Perón.
- Y, por si algo faltaba, la asistencia norteamericana al Reino Unido durante la Guerra de Malvinas.
La opinión que los argentinos tienen de Estados Unidos suele ser medida periódicamente. Lo hace, por ejemplo, la Corporación Latinobarómetro, una ong que "investiga el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad en su conjunto, usando indicadores de opinión pública que miden actitudes, valores y comportamientos. Los resultados son utilizados por los actores socio políticos de la región, actores internacionales, gubernamentales y medios de comunicación", según su propia declaración.
Cada vez que Latinobarómetro midió cómo consideran los habitantes del continente a la influencia de los Estados Unidos, Argentina siempre es el país donde la evaluación positiva es la más baja.
Para dar una idea, la última vez que lo hizo fue en 2020 y en aquel momento la valoración positiva promedio del conjunto del continente alcanzó el 60%. Al discriminar el valor, la mayoría de las respuestas superaron ese porcentaje o se ubicaron por encima de la mitad e incluso, en El Salvador, la apreciación positiva de la influencia norteamericana llegó al 83,3% de los consultados.
En el estudio, donde se derrumba el porcentaje de simpatía que cosecha la política estadounidense fue en Venezuela (46,1%), Bolivia (47,3%) y, al fondo de las miradas encandiladas por el Imperio, Argentina, con el 45,6%.
La consultora volvió a medir en 2022, y a la pregunta sobre por cuál país se tiene mejor opinión -entre Estados Unidos, Alemania, China y Rusia- mientras en el promedio general el 47% eligió al país norteamericano, en Argentina el porcentaje cayó al 32%.
El embajador Mark Stanley, el presidente Milei, la generala Richardson y el ministro Luis Petri.
Por intencionada falta a la verdad o por simple ignorancia, el Presidente esgrimió esa falsa "afinidad natural" para anunciar la construcción del una base naval norteamericana en Tierra del Fuego, a pesar que se tata de una medida que requerirá la aprobación del Congreso.
A ese anuncio se llegó después de tres avanzadas de Estados Unidos en menos de dos meses: la visita al país del jefe de la diplomacia norteamericana, Antony Blinken, en febrero; el desembarco del Director de la CIA, William Joseph Burns, en marzo y, finalmente, la propia Richardson, una militar obsesionada por la influencia china en Latinoamérica.
Más allá de que para Milei -como para cualquier presidente argentino- la política exterior ofrece la complejidad de que Estados Unidos sea el principal proveedor de importaciones y China el principal cliente de las exportaciones, la falta de muñeca y equilibrio del libertario y su alineamiento salvaje con Estados Unidos e Israel produce pánico porque convierte a la Argentina en blanco de eventuales ataques terroristas.
No es nuevo: ya ocurrió en los ´90 con los atentados a la Embajada de Israel y la Amia. Treinta años después, otra vez un presidente empuja al país hacia el centro de la disputa entre dos superpotencias con hambre de Antártida.
Ni por historia, ni por apoyo popular, Javier Milei puede decir que toma esas decisiones como representante de los argentinos.