Por Jorge Conalbi Anzorena
Director Periodístico

No es una novedad. La tragedia suele dar lugar a un alumbramiento. Y el accidente automovilístico que se llevó la vida de José Manuel de la Sota no parece ser la excepción.

Aún en medio del dolor más profundo y en torno a las genuinas lágrimas que se les escaparon a Juan Schiaretti, las especulaciones políticas no esperaron a que se enfriara el cuerpo del exgobernador. No. No es sorpresa.  Así ocurrió en 1997 cuando el Intendente de Alta Gracia –Julio Barrientos- se encontró con la muerte en otra ruta cordobesa.  También aquel día del Censo 2010 en que los argentinos despertaron con la noticia de la muerte de Néstor Kirchner. En el primero de los casos, la incapacidad de un peronismo encerrado en peleas internas alimentó el sentido de la oportunidad del radicalismo, que recuperó el gobierno de la ciudad cuando al oficialismo aún le faltaban más de dos años de mandato. El otro es más conocido: el fallecimiento del expresidente catapultó la imagen de Cristina Fernández, que terminó imponiéndose en los comicios de 2011 con aquel histórico 54 por ciento de los votos.

A no dudarlo: la emotividad paga.

Las exequias del exgobernador de Córdoba marcaron un hito histórico, tanto por su masividad como por la conmoción que generó ya en todo el abanico de la dirigencia política provincial y nacional, como en buena parte del pueblo cordobés, más allá de las identificaciones partidarias.

El peronismo de Córdoba, que hasta las 20 del sábado 15 tenía una bicéfala conducción, se encontró sorpresivamente –a un año de las elecciones provinciales- con un único líder. Al cierre de este artículo, todas las fuentes consultadas coincidían –con matices- en atribuirle a Schiaretti la determinación por intentar sumar a todos los espacios tras su segura postulación a la reelección para el período 2019-2023 al frente de Córdoba.  Y al mismo tiempo, ninguno arriesga la proyección política del actual Gobernador más allá de 2023. A la nueva generación se le abre la cancha y ahora las especulaciones giran en torno a cómo se posicionarán los cuarentones dirigentes en el proceso de renovación abierto tras la muerte del artífice de haber llevado al peronismo a gobernar durante dos décadas la provincia.

En medio de las ceremonias de despedida a De la Sota, no hubo dirigente que no especulara con que Natalia –la hija mayor del exgobernador- acompañe a Schiaretti en la fórmula del año que viene. “Además del efecto emoción y de portar apellido, es mujer, capaz, linda y viene trabajando hace muchísimo”, opinó un dirigente. “Ya estuvo cerca de integrar la fórmula hasta que finalmente fue (Martín) Llaryora, y también sonó para encabezar en Capital”, razonó otro referente que también se entusiasma con la candidatura a vicegobernadora de la actual concejal de Córdoba. “Nadie lo va a decir durante un tiempo, y menos ahora que Natalia está llorando a su padre… pero todos lo pensamos”, admitió un tercero.

La especulación sobre la eventual candidatura de Natalia de la Sota no sólo es vista como una carta de triunfo. Además, cierra internas. Nadie se atrevería a disputar ese lugar. “Hoy Juan quedó más fortalecido que nunca”, razonó un schiaretista paladar negro.
Sin embargo, las coincidencias también dan cuenta que –tras una hipotética victoria en 2019- ya nadie podrá contener una dura interna protagonizada por la nueva generación.  Incluso, algunos le otorgan a dirigentes como Martín LLaryora o Martín Gil la capacidad de imponer condiciones  en el próximo armado de listas de candidatos.

La otra mirada se asienta sobre la huérfana dirigencia delasotista: “quienes tienen presencia y poder territorial, no tendrán de qué preocuparse”, dicen desde ese espacio. “Schiaretti va a contener, pero no comprará el paquete cerrado, se quedará con lo que le sirva”, sostienen en otra vereda. Walter Saieg, y su armado departamental, se anotan en el primer grupo.

El lote de los intendentes de la nueva generación (decirle sub 40 ya es una antigüedad porque la mayoría ronda los cuarenta y pocos), a su vez, tiene deberes que hacer en la próxima contienda: asegurar con sus reelecciones victorias territoriales que contribuyan a la general, ya que en la mayoría de los distritos es posible hacer coincidir los comicios municipales con los provinciales. En esa lista entrarían Esteban Llamosas (Río Cuarto), Federico Alesandri (Embalse), Ignacio García Aresca (San Francisco), Rodrigo Rufeil (La Calera) y hasta Martín Gill (Villa María) entre otros.

La estrategia contempla que Martín Llaryora dispute la difícil intendencia de la ciudad de Córdoba. Aunque allegados al diputado nacional aseguran que no estaría dispuesto a hacerlo, en política las cartas no están echadas hasta el final de la mano.

Diferente es el caso de Alta Gracia, donde la Carta Orgánica impide hacer coincidir la elección municipal con la provincial, sino que –además- Facundo Torres Lima no puede ser reelecto. Desde la jefatura del bloque de intendentes de Unión Por Córdoba en la Mesa Provincia Municipios, Torres Lima se transformó en el ariete oficialista que hace blanco en Ramón Javier Mestre, el intendente de la capital.  Esa exposición política coloca al jefe del gobierno de Alta Gracia algunos escalones arriba de otros jóvenes alcaldes cordobeses con aspiraciones.

En Córdoba, el peronismo ya no es bicéfalo. Una elección cercana y una tragedia abrieron paso a un proceso de renovación que algunos ven lento y otros vertiginoso, pero todos… tormentoso.