LOS APUNTES DEL PROFESOR Por: Julio Bulacio02 de junio de 2024

¿Libertad de mercado o planificación económica?

A sabiendas o por ignorancia, el presidente Javier Milei repite erróneamente -una y otra vez- que a fines del siglo 19 Argentina era la primera potencia mundial. Tomando el guante del debate, el autor de este artículo compara el devenir simultáneo de dos países similares, con modelos opuestos.

"Hay que comer"; obra de Carlos Alonso.

La Argentina de la libertad de mercado 

El presidente Javier Gerardo Milei destaca como la época de oro de Argentina el período llamado de la generación del 80, que bajo principios liberales tuvo como figura central a Julio Argentino Roca, y a la clase que Domingo Faustino Sarmiento -quien no tenía pelos en la lengua- denominó “esa oligarquía con olor a bosta”. Entre 1880 y 1916 transcurrieron 36 años de gobiernos que sostuvieron el mismo proyecto de país.    

Durante ese período, efectivamente Argentina ingresó como unos de los países más ricos del mundo, a partir de su inserción en la división internacional del trabajo como proveedor de materias primas y alimentos. Fue importador de manufacturas y receptor de capitales en áreas estratégicas para el modelo extractivo exportador: ferrocarriles, puertos y frigoríficos. 

Para garantizar ese modelo de acumulación se conformó el Estado nacional liberal-oligárquico. Liberal por la predisposición a que el “mercado” decida o realice inversiones en áreas que le convenga y oligárquico porque el gobierno lo ejercía la clase dominante, los dueños de la tierra, como si el país fuese su propia estancia: el presidente saliente y “su dedo” decidían el sucesor sin participación ciudadana. 

Cabe retener que, simultáneamente, los países centrales encaraban un nuevo salto productivo con la segunda revolución industrial. Se utilizaron nuevas fuentes de energía (petróleo, electricidad), otros materiales (acero), nuevos métodos de trabajo (tylorismo y fordismo) que aumentaron la productividad y las nuevas comunicaciones tanto físicas (extensión de las vías férreas y barcos de mayor calado) como el telégrafo y teléfono, que facilitaron el comercio mundial y aquella División Internacional del Trabajo.

Desde la mirada condescendiente de los historiadores liberales suele decirse que se estableció una relación de complementariedad con los países centrales de beneficio mutuo: cada uno aportaba lo que le convenía.

Muy lejos de Argentina, otro país tenía algunas condiciones parecidas a comienzo del siglo XX: la tierra pertenecía también a grandes terratenientes y se venía desplegando un capitalismo agrario junto a inversiones externas y con un régimen político oligárquico, pero "de estirpe": eran nobles, ¡no solo patricios! Era la Rusia de los zares. Sí -a diferencia de Argentina- con un campesinado numerosísimo y en su mayoría analfabeto. En esa Rusia se produjo la “revolución bolchevique” que derrocó al Zar, se estableció una república y se construyó -con serias dificultades- el primer estado en transición al socialismo del mundo. 

La historia comparativa suele servir para pensar que ningún camino es la única opción en el largo devenir de la humanidad. ¿La opción de modernizar a la Argentina teniendo como eje la alianza entre los dueños de la tierra y los inversores externos para ser el “granero del mundo” (y hoy soja, litio o petróleo) fue  la única posible? ¿Modernizar el aparato estatal -como efectivamente se hizo- para dar garantías jurídicas a las inversiones y que el mercado sea quién decida sobre la marcha en dónde invertir, cómo, para qué e incluso qué hacer con las ganancias aquí producidas era (es) lo más conveniente a largo plazo? 

Aquí contrastaremos lo sucedido en Argentina -como proyecto económico social- con la experiencia soviética.

 La planificación socialista en la URSS: de la servidumbre al espacio  

En medio de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en Argentina la Unión Cívica Radical llegaba al gobierno, luego de sancionada la Ley Saenz Peña, que estableció el voto secreto y obligatorio. El gobierno democrático daría continuidad al modelo de acumulación extractivo exportador diseñado por la generación del 80.  

En Rusia, por su parte, se producía la revolución bolchevique en 1917. La consigna que sintetizó el proyecto bolchevique fue “Paz, Pan y Tierra” y “Todo el poder a los soviet”. Producida la insurrección y tomado el poder, el nuevo gobierno -cumpliendo el compromiso – se retiró de la guerra, pero Rusia ya estaba devastada económica y socialmente.  La tierra fue expropiada a la nobleza y entregada a los campesinos, ahora dueño de parcelas pequeñas y medianas.

Para garantizar el “Pan”, Vladimir Ilich Lenin no se propuso en lo inmediato “implantar” el socialismo sino -como tarea inmediata- pasar al control del soviet de obreros y campesinos, la producción social y distribución de los productos. Esto último, señalaba el poder del soviet de obreros y campesinos como instancia democrática en la toma de decisiones.

Rápidamente se produjo la intervención de los ejércitos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Japón, aliados con la nobleza y burguesía rusa, dando así inicio a la Guerra Civil (1919-1921) en la que finalmente el Ejército Rojo salió victorioso, pero en una situación económica y social dramática.

Las alternativas políticas a esa situación no fueron las buscadas, sino las impuestas: primero fue el “Comunismo de Guerra” y luego la NEP (Nueva Política Económico) en medio de acalorados debates dentro de los ámbitos deliberativos del nuevo Estado. Y con la gran expectativa de Lenin y León Trotsky de que la revolución se extendiera al resto de Europa, cosa que finalmente no ocurrió.

El problema de la industrialización y el abasto de alimentos se tornaba clave tanto para la auto sustentabilidad como para la posible nueva intervención militar del campo capitalista. 

Federico Engels, en su libro “Anti Dhuring” afirmó: “Al posesionarse la sociedad de los medios de producción, cesa la producción de mercancías, y con ella el imperio de productos sobre los productores. La anarquía reinante en el seno de la producción social deja el puesto a una organización planificada y consiente”.

Es decir, la producción tendría como eje satisfacer las necesidades de la sociedad, producir valores de uso no guiados por un objetivo mercantil, de ganancia. Y para ello debía planificarse, establecer prioridades. 

El problema era que siempre se había pensado que la revolución se produciría en países capitalistas en donde reinara la abundancia, pero esa Rusia revolucionaria debía salir de la penuria para poder distribuir. Y si Europa Occidental había tenido su acumulación originaria de capital para industrializarse, Rusia también debería pasar por la acumulación llamada socialista.

A su vez, en esa transición al socialismo debía articular planificación, mercado e industrialización. El debate abierto se fue cerrando, primero con la prematura muerte de Lenin (1924), y luego concluyó con el ascenso más temido por Lenin en su “Testamento político”: Iósif Stalin y la obturación de cualquier disidencia. 

Stalin, en medio de la crisis mundial, impuso la industrialización acelerada y la colectivización forzosa del campo. En 1928, con el Primer Plan Quinquenal, estableció los que serían los rasgos dominantes de la economía planificada soviética caracterizados en el plano económico -según José Luis Rodríguez García- por la “alta centralización de la gestión económica, (…) aplicación en tiempos de paz de medidas extraordinarias propias de tiempo de guerra, (…) ausencia total de democracia en las decisiones, unidos a procedimientos muchas veces represivos en todos los aspectos de la vida social”. 

Trotsky -principal contendiente de Stalin- tal como señala Claudio Katz “avaló primero la industrialización acelerada, cuestionando la transformación agraria paulatina (1925-1928). Pero luego se opuso al desarrollo fabril desproporcionado basado en la colectivización forzosa (…)  Trotsky proponía armonizar un salto en la acumulación socialista con medidas graduales en el campo y desarrollo mercantil en las ciudades” junto a la movilización política de los trabajadores. No fue ese el camino.

El nuevo estado socialista había expropiado primero los principales medios de producción y establecido -lo que se suponía era la transición al socialismo- la existencia de diferentes tipos de propiedad: el Estado y cooperativas. Y finalmente inauguraba una novedad para la historia de la humanidad: la planificación, como dirección consciente del proceso económico, que permita prever qué recursos se requieren, con qué objetivos, cómo será el proceso de producción y distribución, etc.

Es decir, la perspectiva era que el ser humano de manera cooperativa pudiera asignar los recursos de manera racional -no con el interés mercantil inmediato- para controlar a la naturaleza, desarrollar fuerzas productivas y construir el futuro. A partir de eso, es la sociedad la que pasa a diseñar el futuro y no el mercado, para el cual el ser humano es un objeto -víctima o beneficiario- de lo que decidieron otros. 

Y ese proceso ocurría en un país en donde reinaba la escasez en todos los aspectos de la vida. En esa sociedad se proponía -como plantea un régimen socialista- dar el  “el salto del dominio de la necesidad al dominio de la libertad” del ser humano, en una sociedad en que cada cual reciba de acuerdo a su necesidad y capacidad, fundada en principios de igualdad, libertad  y cooperación. 

El corresponsal del norteamericano New York Herald Tribune escribió en 1932, luego de residir seis meses en la URSS: “Hacer pasar en cinco años, a un pueblo de ciento sesenta millones de hombres desde el feudalismo hasta el siglo de la técnica moderna, es un sueño heroico, pero absurdo”.

Y sin embargo el Estado que dirigió la industrialización y modernización de la URSS sorprendió al mundo. El notable historiador Isacc Deutscher registraba que, por ejemplo, en 1967 la producción de acero era de 100 millones de toneladas superando a la producción conjunta de Gran Bretaña, Alemania Federal, Francia e Italia. (Argentina llegó en 1963 a 1.100.000 tn de acero, incluyendo SOMISA y Siderca,del grupo Techint).

O que la urbanización masiva de la URSS pasó de 26 millones de habitantes en 1926 a más de 100 millones en 1967 y desde los años ´50 superó -gracias a la planificación- los lógicos problemas de hacinamiento, vivienda, escolaridad y salud que eso implicaba.

Otros datos -ahora de Héctor P. Agosti- indican que hacia 1960 “en la URSS tenía instrucción superior el 40% de los obreros y el 23 % de los campesinos koljosianos. O que la mujeres representaran el 48% de la población activa, el 39%  de los obreros industriales, el 64% de los intelectuales, el 42 % de los efectivos en enseñanza superior, el 75% de los médicos, el 23% de los jueces, el 27% de los diputados, el 52% de las direcciones sindicales de las empresas”.

Cabe, en esta nota, citar datos de la década del ´60 porque, bien mirada, la modernización soviética tuvo breves momentos: siete u ocho años fueron de guerra, 12 ó 13 dedicados a resarcir la destrucción generada por la misma. En la segunda guerra mundial murieron 26 millones de soviéticos, se destruyeron 1.710 ciudades, y 70.000 aldeas al tiempo que 25 millones de personas carecían de vivienda. Esa guerra significó -se calcula- un atraso entre ocho y nueve años al país.  Es decir, el tiempo de verdadero desarrollo queda comprendido entre 1928 y 1941 y de 1950 en adelante… 25 años/30 años.

Sin embargo, corresponde señalar -que autores como Ernest Mandel demostraron que era una economía en transición al socialismo en la cual aún convivían por definición la estatización de los medios de producción y el comercio exterior, que posibilitaron una planificación estratégica, junto a la economía monetario mercantil en los productos de consumo.  Desde la planificación stalinista hubo un retraso de la producción de bienes de consumo frente a los bienes de producción. 

El historiador Martín Baña, Profesor Titular en la UBA de la cátedra de Historia de Rusia, sintetiza una realidad histórica olvidada. Sostiene que el sistema de planificación centralizada fue “un notable caso que pudo demostrar, con hechos concretos, la viabilidad de una economía estructurada de acuerdo con principios no mercantiles. Gracias a este sistema Rusia pudo industrializarse, levantar ciudades desde cero, vencer al nazismo, enviar por primera vez una mujer al espacio -Iury Gagarín y Valentina Tereshkova- y convertirse en una de las dos mayores potencias del siglo XX. Sus logros fueron tales que, para la segunda mitad de la centuria, casi un tercio del planeta había adoptado, con sus propios matices nacionales, esa manera de gestionar la producción, la distribución y el consumo. Gracias a ese sistema, y en muy pocas décadas, la Unión Soviética se había convertido en el principal productor mundial de acero, hierro, petróleo y casi había igualado la capacidad militar de Estados Unidos, especialmente en lo que refería a armamento nuclear.” 

Esto indica el extraordinario salto vivido por un país eminentemente agrario y atrasado que -revolución socialista mediante- había desterrado el analfabetismo y desarrollado un sistema científico de excelencia junto a garantizar el acceso al empleo, la salud y la educación, e incluso los alimentos necesarios y una vivienda. 

Aunque, según observa Baña, su organización estaba basada en la centralización y jerarquización, y no en la autogestión obrera democrática, contradiciendo, eso sí, un postulado socialista. Sin embargo, esa observación no obtura al título del libro “Quien no extraña al comunismo no tiene corazón”.

Aún con las contradicciones propias de lo que pudo ser una transición al socialismo: la desproporción entre la producción de industria pesada y la producción agrícola e industrial de bienes de consumo, junto a las técnicas de dirección burocrática, el mantenimiento de una desigualdad social significativa y sobre todo, la ausencia de autodeterminación de los productores directos. Sin embargo, vaya logros obtenidos.  

¿Moderniza el mercado, o la planificación consiente?  

 Se trata, de recuperar aquí dos experiencias históricas para incorporar un debate bastante más profundo que intervención estatal o no dentro del capitalismo: libertad de mercado vs planificación en tránsito al socialismo. 

Argentina, a comienzo del siglo XX también era un país agrario, atrasado, sin industria ni gran desarrollo científico. El proyecto de país agroexportador, bajo patrones ideológicos liberales y régimen oligárquico logró una modernización económica y estatal notable.

Hizo un país atractivo para millones de inmigrantes que llegaban expulsados del desarrollo industrial europeo, algunos perseguidos políticos por sus ideas anarquistas y socialistas. La ampliación del Estado para garantizar las inversiones, las exportaciones de los dueños de la tierra, también implicó consolidar un aparato represivo y sanciones de leyes de persecución política como la Ley de residencia y de Defensa Social.

También la sanción de la sarmientina Ley 1420 de educación obligatoria, común y laica que permitió la “ciudadanización” de los inmigrantes y creó condiciones para la movilidad social ascendente, hermosamente retratada por Florencio Sánchez en “M´hijo el dotor”. Ese modelo se mantuvo hasta -generalizando- el golpe de 1976.

Es decir, durante casi un siglo, cada generación accedía a más derechos que la anterior. No se comprende aquella movilidad social ascendente sin otro protagonista “no estatal”: los trabajadores agrupados en los gremios anarquistas y socialistas, junto a los nacientes sectores medios movilizados por la UCR, que fueron quienes protagonizaron importantes acciones colectivas que permitieron ampliar sus derechos.  

Sin embargo, ese proyecto que se presentaba como complementario de los países centrales era en realidad dependiente de los mismos. Con la Primera Guerra Mundial el proyecto  trastabilló y la crisis global de 1930 mostró con crudeza el agotamiento del modelo agro exportador, a tal punto que fue la propia clase dominante -de la mano de Federico Pinedo- la que impulsó la Industrialización sustitutiva y un Estado que amplió sus áreas de intervención con la creación de las juntas nacionales (granos, carnes) y el Banco Central para tornar viable un nuevo ciclo de acumulación. 

Ahora bien, es claro que ese modelo no logró ni llegarle al talón al proyecto de planificación socialista de la Unión Soviética, pese a contar Argentina con muchas mejores condiciones para ello. 

El triunfo de la Revolución Rusa produjo la huida de buena parte de los profesionales y se fueron las inversiones externas en áreas industriales. Durante el Imperio de los Zares Romanov, Rusia había sido -escribió Deustcher-  “mitad imperio y mitad colonia: los accionistas occidentales poseían el 90% de las minas, el 50% de la industria química, más del 40% de los establecimientos industriales, y el 42 del capital bancario”. Y el capital nacional era nimio. En 1917 era un país desangrado por la Primera Guerra Mundial y por la guerra civil, pero al iniciarse -en 1939- la Segunda Guerra Mundial, ya era un país con industria pesada y capacidad/moral como para poder desempeñar el  papel central en la derrota del nazifascismo: fue la bandera del Ejército Rojo la que se izó en el Tercer Reich, fueron 26 millones los muertos de la URSS.  

En Argentina, el régimen de la generación del 80 a lo largo de sus sus 36 años en el gobierno, (32, según la particular periodización del presidente Milei que considera el voto secreto y obligatorio como el inicio de la decadencia argentina) con su modernización oligárquica dependiente, no permitió al país superar su lugar de abastecedor de materias primas y alimentos. Ni siquiera logró explotar los recursos energéticos del país (petróleo, carbón), realizar un poblamiento racional a partir de una burguesa reforma agraria (priorizó las vacas), sino que construyó un país macrocefálico (cabeza grande con cuerpo enclenque). Y eso, sin guerra alguna en su territorio ni carrera armamentística que absorbiera recursos… 

En el mismo período de tiempo real de desarrollo, con dos guerras externas y una interna, la URSS con planificación en transición al socialismo logró -a pesar del stalinismo- lo que tan sucintamente y objetivamente describió Martín Baña.    

 

Presente del pasado

 Es cierto también que la experiencia política soviética resultó fallida. Sin embargo, eso no implica que no haya sido valiosa, que no haya creado valores que la humanidad pueda reconocer, balancear.

La caída del muro de Berlín y la URSS implicó una victoria política, ideológica y cultural del capitalismo como única e indiscutible posibilidad de organización de la vida. “No hay alternativa al capitalismo”, sentenció Margaret Thatcher. Pero esa victoria y la adecuación a la lógica del capital predominantemente financiero de los países capitalistas centrales, no implicó una mejor vida para “la gente”, ni de los pueblos. Al contrario se profundizó la desigualdad, la concentración del capital, la guerra, la crisis de la democracia liberal  junto a una catástrofe ambiental sin precedentes que pone en tela de juicio la propia supervivencia de la especie humana. 

Martín Arboleda en su libro “Gobernar la Utopía” destaca que la planificación permite la asignación de recursos “ex antes” (a priori) a diferencia del mercado que opera de manera “ex post” (a posteriori). Es decir, en la medida en que la sociedad posee las industrias, bancos, medios de transporte y distribución se permite la planificación, prever futuro. En tanto, si están en manos privadas serán miles de individuos los que tomen decisiones, muchas veces contradictorias entre sí, preñadas de intereses privados. Y la vida del conjunto, por lo tanto, será más incierta. Se trata -señala Arboleda- de repensar la planificación con un fin no solo de productividad económica, de crecimiento permanente sino también poniendo el centro en producir bienes de uso (no mercancía) y también de participación democrática y horizontal para que el ser humano vuelva a ser el soberano de su propia vida. 

Nicos Poulantzas apuntaló un balance sobre la experiencia de los “socialismos reales” en su libro “Estado, poder, socialismo”. Allí intenta repensar cómo articular democracias representativas con formas de democracia directa y proliferación de cuerpos autogestivos. Hipótesis: “La teoría es gris, el árbol de la vida, verde”, escribía Goethe. 

En el libro “Derrumbe del socialismo en Europa” escrito por José Luis Rodríguez García, quien fuera ministro de economía y planificación cubano, analiza críticamente la experiencia, remarcando los errores de la planificación, así como denunciando las purgas stalinistas, la burocratización/gerontocracia, la falta de democracia que envileció y degeneró el socialismo.      

Pero, analizando la experiencia histórica podría pensarse, por un lado, si el proyecto de modernización apostando a ser un país extractivo exportador, y teniendo como dinamizador a las inversiones extranjeras fue lo pertinente.

En Historia, ucronía significa “que hubiese pasado si”.   Entonces, qué hubiese pasado si aquellos inmigrantes anarquistas y socialistas hubiesen logrado establecer la planificación consciente en un país -como Argentina- tan rico en recursos.

Por otra parte, pensar en términos presentes: la robótica y la inteligencia artificial, esos grandes desarrollos de fuerzas productivas en manos del mercado -como ahora- ¿harán que más seres humanos tengan tiempo libre para el disfrute y el ocio o generarán más desocupados y hambrientos?  

Martín Arboleda cita a Frederic Jamensón para señalar que es el conocimiento histórico el que nos puede permitir comprender que las cosas no solamente pueden ser totalmente diferentes, sino que en algún momento lo han sido.    

Boedo, 30 de mayo; 2024

 Libros citados. 

-        Agosti, Héctor: Tántalo recobrado, Buenos Aires, Lautaro, 1964.

-        Arboleda, Martín: Gobernar la Utopía. Buenos Aires, Caja Negra, 2021.

-        Baña, Martín: Quien no extraña al comunismo no tiene corazón. Buenos Aires, Crítica, 2021.

-        Deutscher, Isac: La revolución inconclusa. México, Era, 1967.

-        Mandel, Ernest: Tratado de economía marxista 3.  México, Era, 1980, 6ta edición. 

-        Rodriguez García, José Luis: El derrumbe del socialismo en Europa. Cuba, Ruth casa editorial, 2014.

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