Muerte prevista: el femicidio de Verónica Janet Pressón
LOS JÓVENES ESCRIBEN: Crónica producida por una alumna de 6° año del Colegio Anglo Americano, en el marco de la asignatura de Lengua y Literatura a cargo del profesor Nicolás Rigoni. Se trata de un texto oportuno para reflexionar sobre la violencia machista y su presencia en la ciudad.
Martes 14 de septiembre del 2010, era una mañana algo fría, pero la primavera se acercaba. En Alta Gracia, ciudad a 40 kilómetros de Córdoba Capital, comenzaba un día tranquilo, con normalidad. El sol se asomaba por el Este, mientras los pajaritos cantaban para darle la bienvenida al nuevo día. Los niños iban a la escuela con camperas coloridas para luego, cuando el sol permaneciera, quedar con ropa fina y aprovechar el calor. Los adultos iban a sus trabajos como de costumbre. Los perros quedarían ladrando hasta que sus dueños volvieran a la puesta del sol, y en las calles habría más movimiento que en los demás horarios. Sin embargo, alguien no podría hacer ni presenciar nada de esto: Verónica Janet Pressón; e inmediatamente se difundiría su noticia.
En ese momento yo era muy chica. No recuerdo el día y ni siquiera si me conmovió, pero a mis papás sí. En aquel entonces, mi familia estaba construyendo una casa a dos cuadras de la terminal de ómnibus. Era una zona tranquila. Había bastante campo a su alrededor, algo deshabitado. La escena del crimen se encontraba allí, al
frente de nuestro futuro hogar.
La casa de la vecina, que luego sería reconocida por el crimen, era blanca de dos pisos, con una tranquera en el frente, un garaje cerrado y un amplio patio que iría hasta la tapia del fondo, que estaría justo en la mitad de la manzana. Allí vivía Verónica.
Verónica tenía 34 años cuando acabaron con su vida. Era empleada doméstica y tenía tres hijos que compartía con Luis Fernando Olmedo, aunque ellos dos ya no estaban juntos, pues en febrero de ese mismo año habían terminado su relación.
Aparentemente su vínculo iba mal, el amor se había desvanecido. Había correteado por el lugar, pero apenas la nube oscura llegó y anunció tormenta, llovió odio y tortura, sin dejar rastro del anterior sentimiento y acabar con los futuros planes.
La pareja ya tenía problemas familiares. Ambos tenían denuncias por ambas partes, pero Olmedo tenía restricciones para acercarse a su ex esposa. El matrimonio tuvo reiteradas audiencias en el juzgado de Alta Gracia y la fiscalía había imputado a Olmedo por amenazas y violación de domicilio.
Verónica había encontrado amor en otro hombre y parece ser que esto complicó todo. En la mañana tardía de ese día, Pressón sufrió tanto hasta llegar a la muerte. Su ex esposo la llevó del garaje hasta el fondo del patio, la ahorcó, le golpeó la cabeza y la tapó con una campera. La mató por celos. De aquella manera el alma de Verónica se desprendió de su cuerpo y fue a parar a otro lado.
Los celos fueron protagonistas de la historia. Aquél veneno se deslizaba con lentitud, este era agrio y ácido. Cuando se olfateaba se sentía amor, inseguridad y miedo. El hombre tenía tan contaminado su corazón que se produjo un estallido de intensidad y de rasguños, que atacaban y rasgaban la piel de la víctima; y que, poco a poco, entraba en su cuerpo, contagiando miedo e inseguridad. Porque los celos son eso: dolor camuflado de amor.
El barrio se llenó de gritos y miedo. Dos hijos de la ex pareja estaban dentro de la casa. Habrían estado durmiendo hasta que llegó el actual novio de su madre, quien encontró el cuerpo estrangulado.
Rápidamente se difundió la noticia por el barrio, por la ciudad, por la provincia. La prensa comenzó a llegar. Sus conocidos también, esperando a que lo que se murmuraba fuera mentira. “Ayer lloró en mis brazos, ella estaba triste” decía Miriam, una amiga de la víctima con la que compartía clases de peluquería. Como si supiera lo que pasaría luego, cuando todo parecía desprevenido. Sin embargo, Verónica recibía constantes amenazas de muerte a su celular, por lo que todos los días esperaba la muerte.
Olmedo estuvo desaparecido luego de lo cometido y fue imputado, pero no pudo con la culpa, aunque sin dudas su corazón debe haber estado vacío, por lo que simplemente sentía culpa por él mismo, no por la mujer; lo que lo llevó a suicidarse, colgándose en La Paisanita, localidad cercana a Alta Gracia, con las manchas de
sangre de su víctima en la ropa, pero con menos sufrimiento que la pobre mujer.
Este caso quedó en mi memoria, no sólo por la cercanía, sino porque fue el segundo caso de femicidio de la ciudad de Alta Gracia. Cada noche cuando veo por mi ventana, mis ojos se dirigen al patio de aquella casa blanca, pensando en Verónica y su sufrimiento, en las atrocidades que vivió y que por más tranquilo que sea el barrio, incluso la ciudad, la maldad siempre está en los lugares menos esperados
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