Las piedras
LOS JÓVENES ESCRIBEN: Crónica producida por una alumna de 6° año del Colegio Anglo Americano, en el marco de la asignatura de Lengua y Literatura a cargo del profesor Nicolás Rigoni.
El 19 de enero de 2019 era una noche tibia de verano. David de los Santos y Leonardo Vargas caminaban de la mano por las calles de Capilla del Monte. Sin miedo. Habían salido como cualquier otra pareja a disfrutar de la noche. Sin embargo, esa noche ambos sufrieron un golpe de realidad cuando un grupo de jóvenes encapuchados comenzaron a apedrearlos. No eran solo piedras recogidas del suelo, sino también pedruscos de odio, empujados por años y siglos de intolerancia. Piedras golpeando el cuerpo de los amantes, y también sus almas.
A veces, cuando se habla de violencia, se piensa en el dolor físico, en el impacto de una roca contra la piel. De las piedras sobre los cuerpos de David y de Leonardo. Se piensa en una herida chorreando gotas escarlatas. Y sin embargo, las piedras que volaron esa noche eran algo más: eran el símbolo de la intolerancia. Eran las palabras dichas y no dichas, las miradas del desprecio y del prejuicio.
No había llegado a cumplir los 12 años cuando esto pasó. En ese momento, en mi ingenua y joven mente, no cabía la idea de que ese odio podría llegar a estar tan cerca de mí. Aún así, mientras crecía, comenzaba a sentir el peso de una amenaza.
Con el tiempo, además reconocí algo más doloroso: nosotros mismos, en algún punto, terminamos arrojándonos piedras. Cada vez que dudamos de nuestro propio valor, cada vez que nos escondemos por miedo al qué dirán, cada vez que nos avergonzamos de tomar la mano de quien amamos, nos estamos lanzando esas piedras. Las mismas que la sociedad creó para recordarnos que no somos lo que se espera.
A veces, las rocas más pesadas no vienen de afuera, sino de adentro.
Después del ataque a los dos jóvenes, la comunidad se movilizó, marchó por las calles de Capilla del Monte, exigiendo justicia y respeto. “Esas piedras no solo golpearon a David y a Leonardo, nos golpearon a todos. Nos recordaron que el odio sigue allí, en cada rincón, esperando un momento para manifestarse”, gritó un habitante.
Esta crónica nace de esa reflexión. De la tristeza de saber que, incluso hoy, nos siguen arrojando violentamente piedras. El odio acecha escondido para recordarnos que debemos cuidarnos. Ojo, falta camino. Ojo, avisame cuando llegues. Y también nace de la esperanza de que, algún día, podamos salir a caminar de la mano, pero ya sin miedo.
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