Las carabelas que trajeron el alambrado más largo del mundo

Sociedad12 de octubre de 2007 Diario Sumario
“Mañana el maestro dará prueba escrita Mi infancia no tuvo sino días malos… Sentada en un banco mi infancia recita: Colón ha partido del puerto de Palos… Es día domingo, llovizna, hace frío. Dan miedo, dan miedo las tres carabelas: La Santa María, la Niña y la Pinta.” Horacio Rega Molina de “Balada de un domingo de mi infancia” Tres carabelas surcan la inmensidad azul de un mar de cartulina. Vienen hasta el tope de plastilina y avanzan decididas con un escarbadientes que atraviesa sin piedad un papel glasé minúsculo. La manito que las empuja se distrae unos segundos en la pantalla del televisor. En blanco y negro, una caravana de carretas detenida en medio del desierto y rodeada por quién sabe cuántos indios que no dejan de girar a su alrededor mientras aúllan. Una niñita de bucles rubios se asoma y llora desconsolada. ¡Pobre gente, con estos salvajes que no los dejan seguir! Reprocha la madre mientras junta del piso unas cáscaras de nuez. ¿Cuáles son los malos, mamá? En octubre de 1992 tres réplicas de las naves que cinco siglos atrás habían traído al aventurero del peinado extraño hasta la caja fuerte más generosa que haya conocido España, se lanzaban nuevamente al océano para imitar la “hazaña”. No habían alcanzado a zarpar cuando se empezaron a multiplicar las voces, que desde todas partes del planeta condenaban aquella apología del genocidio. “El 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal Co-lón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la no-vedad a las islas del mar Caribe. En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor. Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó: Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se equivocó. Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se equivocó”. El texto de Eduardo Galeano respondía, varias décadas después la pregunta del chico de la plastilina. Un regalito para Nieto Los conquistadores llegaron a la tierra de los comechingones en 1573. En un territorio de 33 leguas y según la información de los propios conquistadores, había a su llegada, alrededor de 30 mil indios. Un siglo más tarde ya prácticamente habían sido diezmados. El cronista Pedro Sotelo de Narváez, decía sobre Córdoba en 1582: “Esta ciudad tendrá unos cuarenta vecinos encomenderos de indios a los que serviranle más de 6 mil indios. Tendrá la ciudad más de 12 mil indios de repartimiento…” Entre los cuarenta encomenderos mencionados por Narváez, aparece el escribano Juan Nieto, calificado por el historiador Carlos Assadourián, como un activo comerciante de esclavos. Sí.. Juan Nieto. El homenajeado de la estatua en la principal plaza de Alta Gracia, porque el 8 de abril de 1588 recibió como regalo de los reyes de España, la región que los comechingones llamaban Paravachasca. Envueltos en el mismo papel venían miles de nativos que la habitaban. En 1643 llegaron los jesuitas para quedarse hasta 1767. Negros e indios fueron la mano de obra esclava y barata que acarreó piedras y cal para construir, con las indicaciones de los seguidores de Loyola, el Patrimonio de la Humanidad. Allá por los noventa y tantos, Hugo Barrera, un maestro de la Escuela Enrique Larreta, de esos que se fueron mucho antes de lo que debía, tomó una tiza, borró el festejo del 12 del calendario y escribió en un pizarrón: “11 octubre último día libre del indio”. En su escuela, que fue la primera en Alta Gracia en reivindicar los derechos de los pueblos originarios, jamás volvería a evocarse la fecha de otro modo. Tímidamente y de a poco otros docentes imitaron la iniciativa. “Qué festejo, ni qué día de la raza si es un día de luto”, protestaba el Huguito. Cinco siglos y pico. Miles de reclamos. Hambre. Muerte. Olvido. Lucha. Resis-tencia. Impunidad. Esperanza. Miles de kilómetros alambrados por el imperialismo y un cerco invisible que repta por todo el continente y no termina en ninguna par-te. Mañana el maestro dará prueba escrita…Dan miedo, dan miedo las tres carabelas. “La evangelización fue cómplice de la conquista” ESPECIAL: 12 de Octubre, Conquista, Jesuitas y Alta Gracia Por Javier Moyano Dr. en Historia Si bien no podemos prescindir de nuestra ideología y de nuestros valores, la función del análisis histórico no es condenar con el dedo del fiscal ni hacer apología del pasado sino explicar los procesos, incluso aquellos que nos causan admiración o aquellos que nos generan rechazos. Volviendo a la cuestión de los juicios de valor, lo más honesto es explicitar los presupuestos de los que partimos, en ese sentido, mi posición es ésta: nada justifica la muerte de millones de personas, hecho reconocido aún por los cálculos más moderados que se han hecho sobre la debacle demográfica en el mundo americano tras la conquista. No hay ningún justificativo moral para la conquista. Ante la pregunta sobre el papel de los jesuitas, es preciso distinguir las intenciones, de los efectos de sus acciones. En el plano de las intenciones también es necesario separar los fines que dan origen a la Orden, de las motivaciones que los condujeron a formar misiones en Sudamérica. Respecto a lo primero, la Orden Jesuítica se forma como una herramienta del papado en el mundo de la contrarreforma. Ese mismo papado, que como institución bendijo la conquista de América en un contexto en el que ese tipo de bendiciones ejercían una considerable influencia sobre las luchas de poder. De este modo se aprecia el maridaje, no exento de tensiones entre conquista y evangelización. Maridaje al que no fueron ajenos los jesuitas. Así, la evangelización fue cómplice de la conquista. En cuanto a la decisión de fundar misiones, se trató de una consecuencia del fracaso de los primeros intentos en la segunda mitad del siglo dieciséis, de articular un movimiento de defensa de los derechos indígenas en los andes peruanos. Ese fracaso dio lugar a la utopía de construir un nuevo mundo en áreas alejadas. Impacto destructivo En ese sentido es justo reconocer que en el espacio controlado por los jesuitas, no se produjeron los niveles de sobreexplotación ocurridos en otras áreas del continente americano. Sin embargo, ese programa contribuyó a la "desestructuración del mundo aborigen (sus valores, sus creencias y sus modos de organización). Además los jesuitas eran un orden jerárquico no demasiado abierto a un diálogo horizontal con los pueblos originarios y por lo tanto, poco respetuosos de sus creencias y valores. Debe quedar claro que el mundo de los pueblos originarios de este continente, no era un paraíso, ya que se trataba de una sociedad histórica y en todas las sociedades históricas había también guerras, injusticias y desigualdades. Había pueblos que eran más poderosos que otros, y es cierto que también hubo dominación. No obstante, las relaciones de poder durante y tras la conquista de América fueron mucho más asimétricas, por lo que su impacto destructivo fue mucho mayor. Aunque en términos comparativos, la acción de los jesuitas fue más blanda que la de otros colonizadores, no es serio pretender que se tratara de un actor ajeno a la conquista, una conquista que combinó aspectos materiales y espirituales.
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