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Era 1988, yo cursaba mi último año del secundario, y con mis compañeros recuerdo estar sentados en el tajamar, disfrutando de un pequeño espectáculo, entre algunos puestos de comidas. Había nacido la fiesta de las colectividades y yo estaba ahí. Pasamos de largo y me fui a casa. Nuestra fiesta mayor daba sus primeros pasos.
La vimos crecer y agrandarse. La voz del maestro Carlos Franco, siempre impecable y profesional, parecía convocar efectivamente a todo el mundo. Tenía un contrato con Dios. Si él no decía “Todo el mundo en Alta Gracia” la convocatoria, temíamos, fuera un fracaso.
¿Qué iba a hacer con mi vida? ¿Qué iba a estudiar? ¿De qué iba a trabajar? Entre esas incertidumbres, se colaba una sola certeza. Una sola pero muy poderosa: sabía que quería hacer radio. Los micrófonos eran lo mío. Por eso cuando iba a la fiesta, y miraba el escenario, siempre mi atención se concentraba en el animador y en los locutores.
Carlos Franco entrando a la carrera unos minutos antes, a escena, de impecable traje para anunciar que todo empezaba.
Una edición en la que él, no la condujo, hubo que buscar casi sobre la hora a otro locutor. Y ahí estuvo otro hombre de Alta Gracia. Alguien a quién yo conocía de escuchar en las radios de Córdoba; y para mí todo lo que tuviera nombre de radio me deslumbraba. Lo veo de impecable traje negro en el tajamar al “galleta” Kelly como el gran anfitrión. Sus hijas me contaron después algunas intimidades. Suspendió unas vacaciones en Brasil para cumplir. Y ahí estaba yo, siempre entre el público. Mirando.
Ya como periodista local, la transmití primero para Radio Alta Gracia, mientras me abría paso en los medios. En el viejo Canal 4, con Diego Luque en la asistencia Técnica, hicimos una locura: un programa desde exteriores con la previa de colectividades. Sin los beneficios que la tecnología de hoy, y a puro tirar cable, logramos que era toda una novedad para la época: la primera transmisión de exteriores en directo de la televisión local.
Ya en Cadena 3, llegaron mis crónicas sobre la venta de entradas, recetas de comidas típicas, y el infaltable informe para Mario, al otro día temprano, con el balance de la noche anterior.
Los recuerdos me devuelven gratos momentos. El chaqueño Palavecino interrumpió una siesta en el Apart Hotel La Favorita (actuaba esa noche), solo para recibirme, reportaje que hicimos en directo, mientras él estaba acostado en la cama.
Mis trabajos en la radio me llevaron a cumplir múltiples funciones en toda la provincia. Cadena 3 me envió a fines de los 90 al festival de Villa María. Fui varias ediciones. Un festival importante pero que aún no tenía la magnitud que logró hoy. Conversando con León Gieco, al aire, recuerdo me dijo que Villa María ya debía ser incluida en la nómina de los grandes festivales de Córdoba, entre los que nombró a “Alta Gracia”. Siempre me detengo en ese recuerdo y en esa afirmación. Para Gieco, Alta Gracia era un festival grande. Y me hace reflexionar que muchas veces, los de afuera, valoran más que nosotros nuestras propias conquistas.
También tuve miedo una vez.
La noche en que un tornado tiró el escenario, fui el único periodista que se quedó esperando a Jorge Rojas en la conferencia de Prensa, cuando ya todos se habían ido ante la amenaza del clima, y vi como las ramas de un árbol se cayeron adelante mío sobre un guardia de seguridad, afortunadamente sin lesiones importantes. Me encerré en una casilla de piedra, y temblando empecé a transmitir en plena oscuridad. Se abrió la puerta, entró el intendente Mario Bonfigli, y con su celular dio unas órdenes a alguien que manejaba unas compuertas sobre el arroyo, creo, y volvió a salir. Nunca me vio.
Alternando mi tarea como periodista, me convocaron como locutor comercial al escenario, lo cual siempre tomé como un honor. Y muchas veces gracias a la generosidad de Carlos Franco, me invitaba a que yo conduzca por algunos minutos.
Cuando actuó Raul Porchetto, me pidió, en base a nuestra amistad, que sea yo quién lo presente, cosa que hice. Y luego fui convocado como uno de los co-conductores. Junto a Gabriela Monqaut, para acompañar a Carlos Franco que seguía siendo el animador principal, hasta que, desde 2012, fui designado maestro oficial de la fiesta.
Mi caso es especial, porque nunca me presenté para esa función. Siempre me lo ofrecieron. Y lo consideré un honor. Y por ese motivo me preparo para esa tarea.
Me gusta leer, investigar y hasta escuchar música, antes de subir a ese escenario. En una apertura mezclé a Yupanqui, Serrat, y un decreto del tiempo de la revolución de mayo donde se llamaba a los inmigrantes forjar nuestro suelo. Lo importante es el mensaje, creo, tal cual lo decía Susini, el descubridor de la radio sobre su finalidad. Y yo lo apliqué a mi tarea.
Cada vez subo esos primeros escalones en la noche inaugural, vestido de gala, pienso en los inmigrantes, espíritu motivador de la fiesta, en mis abuelos, en los vecinos. En mi ciudad. Me recuerdo niño, viendo todo desde abajo y me veo donde estoy ahora. Créanme que se siente el peso de la responsabilidad. Ojalá pueda representarlos bien, me repito, y por eso pongo todo mi conocimiento y entrega para conducir estas noches de magia y color.
Este relato de mi vida, de ayer a hoy, me prueba que las cosas se alcanzan, los sueños se consiguen, si se tiene el empeño, la capacidad de renunciar a placeres por trabajar bien, y seguir la utopía, que no es otra cosa que el camino de mi historia.
Ser el maestro de ceremonias del Encuentro de Colectividades es uno de esos hermosos honores que me ha dado la vida.
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