
El domingo de pascuas de 1987 la sociedad argentina protagonizó una de las mayores movilizaciones políticas de la historia contra el alzamiento militar carapintada. Para el autor de este artículo, se trató de una refundación del sistema.
GÉNEROS.
Opinión06 de junio de 2022 Diario Sumario(Nodal) Desde 2015, cada 3 de junio miles de mujeres y disidencias se vuelcan a las calles al grito de “Ni una menos”, un reclamo que busca visibilizar la violencia machista existente en un sistema patriarcal y reclama por políticas específicas para los sectores más vulnerables de la sociedad: mujeres, lesbianas, trans, travestis. En poco tiempo, la lucha de los feminismos tomó un gran alcance y obtuvo varios logros, como la aprobación de la Ley 27.610 de Interrupción Voluntaria del Embarazo, la creación de un ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidades y la aprobación del cupo laboral travesti-trans. Sin embargo, ante la no disminución de la violencia machista –un femicidio cada 27 horas, según la organización La Casa del Encuentro–, al interior de los feminismos surgió la necesidad de repensar el rol que deben tomar las masculinidades dentro de la lucha por la erradicación de la violencia de género.
Dora Barrancos, directora de la Cátedra Abierta de Género y Sexualidades de la Universidad Nacional de Quilmes y actual asesora presidencial, señala a la Agencia de noticias científicas de la UNQ: “En el inicio del feminismo había hombres, pero los grupos más radicales no quieren su participación. Todos, todas y todes tenemos que entender que los hombres no son responsables del origen del patriarcado pero sí llevan responsabilidad individual. Las masculinidades tienen que acoplarse, lo que no quita que las mujeres queramos tener nuestros propios espacios, como las asambleas”.
En suma, Patricia Sepúlveda, coordinadora de la Cátedra Abierta de Género y Sexualidades, cuenta que “desde hace algunos años, los feminismos más radicalizados pusieron a la mujer en un lugar de víctima, pura e impoluta, y a los hombres en el lugar de victimario violento”. La investigadora continúa: “La interpretación víctima/victimario, por un lado, suprime la capacidad de agencia de la mujer, es decir, al no ser agente, la mujer no puede hacer nada porque es solo una víctima; por otro, le quita a los hombres toda posibilidad de reflexión. Lo único que se logra es su exclusión y aislamiento”, explica Sepúlveda.
Cuestionar los privilegios
El movimiento de Ni Una Menos, iniciado en Argentina en 2015 y que se extendió a América Latina y Europa, fue un antes y un después en términos mediáticos, sociales, culturales y políticos. En un contexto de crecimiento de la derecha extrema en el país, se vuelve necesario repensar y debatir cómo sostener la lucha por conquistar más derechos de mujeres y diversidades, y vigilar lo ya conseguido. En esta línea, se abren algunos interrogantes, ¿qué más se puede hacer desde el feminismo? ¿Qué pueden hacer las masculinidades? ¿Es hora de que ellos también se sientan más interpelados que nunca?
Barrancos echa luz: “El camino es la autoimpugnación, deben criticar al sistema y autocuestionarse. Existe un repertorio de masculinidades alejadas del modelo de hombre hegemónico: blanco, heterosexual, cisgénero y machista”. En el mismo sentido, Eduardo Gosende, licenciado en Psicología (UBA) y titular del taller “Masculinidades sin violencias” (UNQ), manifiesta que siempre se debe hablar de ‘masculinidades’ en plural.
“Así como hay hombres –y mujeres– que cuestionan la lucha feminista, también hay otros hombres que buscamos compartir sus objetivos. Entonces, debemos concientizar las formas y actos que ponemos en juego y hacen a la reproducción del sistema patriarcal, empatizar con las compañeras y criticar nuestras propias prácticas“, comenta Gosende. Además ejemplifica que en los partidos de fútbol se ven claras algunas de las formas con las que “se reproduce la violencia y la superioridad”, como golpear a un jugador cuando el equipo no tiene el control de la pelota.
En coincidencia con Barrancos y Gosende, Sepúlveda señala que “no hay que tratar a los hombres como victimarios, sino como hijos del patriarcado. Ellos deben resignar a sus privilegios y permitir la emergencia de una sociedad más igualitaria”. En definitiva, la lucha por llegar a una verdadera transformación cultural se requiere de la participación de todos y todas, “es de toda la humanidad”.
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