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Edición Impresa 18 de julio de 2021 Diario Sumario

Todas las noches, antes de apoyar la cabeza en su almohada, Sandra Mounier cierra los ojos y encomienda el día siguiente a la Virgen de Lourdes. “Estamos bajo tu manto, te pedimos que cuides a todos los enfermos y que nos ilumines todos los días”. Como un mantra, esta enfermera de la Unidad de Terapia Intensiva del hospital Regional Arturo Illía de Alta Gracia, repite día tras día, noche tras noche, una oración. Ni en sus peores previsiones Sandra imaginó que hoy la realidad sería tan dura, tan cruda, tan desalentadora, tan devastadora. Sin embargo, “es lo que toca… es para lo que nos formamos”, dice, mientras camina con una de sus nietas por la plaza del barrio, al aire libre, porque hay que cuidarse.

Laura Maurelli llega a su casa después de 24 horas de guardia como médica de turno en el hospital Regional Aturo Illía de Alta Gracia. Allí la espera su hijo de 4 años y medio, pero no lo puede besar directamente, no lo puede abrazar ni alzar entre sus brazos, porque primero, antes que todo, tiene que cambiarse la ropa y ponerla a lavar, se tiene que bañar, se tiene que poner crema en la cara irritada por tantas horas ininterrumpidas de usar doble barbijo. El niño entiende, con esa sabiduría que solo poseen los niños, y paciente espera a que su madre esté desinfectada. La pandemia cambió para ellos su rutina, sus cuidados, sus opciones, sus prioridades. Para ella también cambió la óptica para ver la vida y la muerte, para ver a los pacientes que entran y salen de la guardia y para ver a las víctimas que entran, pero ya para no volver a salir.

Adriana López vive en barrio Cámara, a cuatro cuadras del Hospital Regional Arturo Illía. Todos los días, al llegar al Hospital se apresta para otro día de batalla. Otro día llegando con la idea de salir victoriosa de la lucha, aunque no siempre sea así. Adriana es supervisora del área de Clínica Médica y su rutina se repite día a día como una danza de pasos que ya sabe de memoria: llega; se viste, se pone el equipo de protección; recorre los servicios para ver cómo están trabajando, si necesitan algún soporte; controla el área de consultorio de atención de pacientes Covid e hisopados; y si hay alguna urgencia colabora en el área y si falta personal cubre lo que hace falta. Adriana es una jugadora de toda la cancha, es otra guerrera que sale a salvar vidas.

A más de un año de pandemia, ya nadie sale al balcón o al patio de su casa a las 21 a aplaudir al personal de salud, esos médicos y enfermeras que se juegan la vida todos los días para salvar otras vidas. La moda, que quedaba retratada en las redes sociales de los que muestran todo lo que hacen, pasó de largo producto del cansancio y hartazgo que genera una pandemia, y de una cuarentena convertida en una rutina que perdió su aspecto novedoso. “Los aplausos no alcanzan”, decía el personal de salud cansado y agobiado, en una guerra contra un enemigo que ataca sin reglas. Los aplausos no alcanzan, cuando después no se respetan las normas sanitarias, las restricciones y las sugerencias para cuidarse. Los aplausos no alcanzan, cuando el sistema de salud y sus recursos humanos y materiales no dan abasto por estar más saturados de lo esperable.

Abrumados ante la presión de luchar contra una enfermedad desconocida, exhaustos por jornadas que parecían interminables, con “un sentimiento de angustia permanente” y una curva de casos en ascenso que no daba tregua ni para despedir a sus compañeros que hasta hace unos días luchaban a su lado, a fines de agosto del año pasado los trabajadores de la salud afirmaban que se estaba "perdiendo la batalla". En aquel momento, con un escenario dantesco, nadie esperaba que la segunda ola fuera tan brutal, tan abrumadora, tan desesperanzadora. "Sentimos que no podemos más, que nos vamos quedando solos, que nos están dejando solos; encerrados en las Unidades de Terapias Intensivas con nuestros equipos de protección personal y con nuestros pacientes, solo alentándonos entre nosotros", advertía la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) en un comunicado.

Hasta marzo pasado, 470 profesionales y trabajadores de la salud perdieron la vida a causa de la Covid. 78.912 fueron los que hasta ese momento contrajeron coronavirus, lo que implicaba que 15 de cada 100 sufrieron la enfermedad. El 87 por ciento del total de contagiados, pudo recuperarse. Esta cifra de fallecidos representa el 1 por ciento del total de las muertes registradas en Argentina hasta esa la fecha. 

Alta Gracia lamentó profundamente la muerte de uno de sus héroes que pasó a formar parte de la fría estadística de ese 1%: Santiago Gerónimo, Jefe de Guardia del Hospital Arturo Illía, quien falleció producto del Covid-19 el pasado lunes 7 de junio.

 

Con la guardia baja

“Tengo una cruza de tonada, entre mendocina y cordobesa”, dice Sandra Mounier. Nació en la ciudad de San Martín, a 40 kilómetros de Mendoza capital, hace 54 años. Hace 22 que es enfermera de Terapia Intensiva, “desde que se abrió la terapia” recuerda. Cumple turnos de 8 horas, por lo general a la mañana.

Sandra tiene tres hijos y tres nietos. Su hija vive en Alta Gracia, y tiene un hijo en Mendoza y otro en Santa Fe. “Al que está en Mendoza lo vi en febrero, pero al más grande, al que está en Santa Fe, no lo veo desde antes de la pandemia. Hace más de un año y medio que no veo a mi hijo mayor”. Hace 30 años que Sandra vive en Córdoba. “A Alta Gracia vine en el ´98 y ahí nomás entré a trabajar en el Hospital. Siempre me gustó Córdoba, amo Córdoba. Mi mamá vivía acá y cuando vine a conocer me gustó y me quedé”.

Como enfermera de terapia, el día a día de Sandra transcurre entre la esperanza y la desolación. “Es muy triste lo que se está viviendo, hay mucha desesperación. Chicos jóvenes, que no pueden salir. Te miran suplicando, pidiéndote que les des aire. Si la gente fuera un poquito más pensante, las juntadas clandestinas no se harían. Recién lo entienden cuando están en una cama sin poder respirar, sangrando, sin poder ver a sus seres queridos. El tema es que uno ya no puede pensar por la gente”.

El trabajo en terapia es mecánico, repetitivo. Los protocolos se aplican a todos por igual, pero no todos los cuerpos reaccionan de la misma manera. “Lo que hacemos es darle a los pacientes oxígeno y cánulas de alto flujo, que tiran aire más calentito, y así les puede ingresar más aire al cuerpo. Con eso algunos se salvan del respirador. Otra cosa que hacemos, también, es ponerlos en posición prono -boca abajo- es muy importante porque les libera los pulmones y pueden oxigenar mejor. A todo eso se le suman los antibióticos y todos los tratamientos que hay disponibles, si ahí no mejora, va el respirador y ahí ya es muy difícil que salgan, se vuelve complicadísimo sacarlos. Lo que estamos viviendo ahora es un horror, porque lo vivimos más desde adentro, en carne propia. En un momento estás charlando con ellos y a los dos minutos te das cuenta de que ya no pueden respirar. Los pacientes en esta segunda ola están tardando mucho en recuperarse, están 10, 15 días y no arrancan, se quedan estancados y no van para ningún lado. Se les hace todo, tienen todos los controles, pero no progresan. Obviamente tiene que ver con cada cuerpo, con cada sistema inmune. Lo que más pega es la muerte de personas jóvenes, tan jóvenes. Yo amo lo que hago, lo ame siempre, pero ésto nos está dejando sin palabras, sin fuerzas. Uno hace todo lo que hay que hacer, aplicás todos los protocolos, todos los cuidados y todos los tratamientos disponibles, pero en muchos casos vez que nada resulta… eso es tremendo, muy feo, muy triste”. 

Por cuestiones de protocolo, los familiares de los pacientes que están en terapia no pueden ir a visitarlos, pero muchas veces el personal médico se las ingenia para que el contacto con el exterior no se pierda. “Nos dejan a sus enfermos y después los partes se dan por teléfono. Lo que solemos hacer cuando están lúcidos es hacer videollamadas para que se vean. Eso ayuda mucho a los pacientes y a sus familiares, les da un empujoncito. Sobre todo, porque están en un ambiente que no es el de ellos, donde no se sienten para nada bien”.

Para tratar de sobrellevar la tremenda realidad que se vive todos los días dentro del Hospital, Sandra intenta salir, despejar la mente, porque en determinados momentos, la tristeza es mucha, sobre todo cuando “los pacientes pueden ser tus hijos. Si te quedas pensando todo el tiempo en lo que pasa ahí dentro te morís de angustia. Yo jamás me imaginé un escenario como este, pero para eso nos hemos formado, aunque todo sea muy nuevo y nos haya agarrado con la guardia baja”. Encomendarse a Dios y a la Virgen de Lourdes es otra de las herramientas a las que suele recurrir. “El otro día me fui caminando a la Gruta. Cuando veo que hay pacientes que no van a salir se los encomiendo a la Virgen”.

“Yo, si le puedo pedir algo a la gente, le pido que se adapte a los protocolos, como lo hacemos nosotros. Hace un año y medio que no podemos ir a ningún lado, que no vemos a muchos de nuestros familiares. Está claro que no podemos estar en la mentalidad de cada uno, pero a veces se vuelve muy doloroso. Es muy duro cuando venís de trabajar y lees en los diarios que desbarataron una fiesta clandestina. La gente no puede pretender que la estén controlando para todo, se tiene que dar cuenta sola qué es lo que puede hacer y qué no”.

 

La tragedia de lo inesperado

Laura Maurelli, tiene 37 años. Nació y creció en Alta Gracia y desde hace siete años trabaja en la guardia del hospital Arturo Illia y como médica reumatóloga en la parte privada. Laura se recibió en 2009 e hizo la residencia en el Hospital Córdoba. Después, como tantos otros, sintió que su vida y su futuro estaban en la ciudad del tajamar, donde volvió para quedarse. Hoy hace seis guardias al mes, cumpliendo 35 horas semanales y le toca cubrir las guardias en sala común, con los pacientes Covid-19 positivos. “Somos varios y nos dividimos” dice Laura, mientras se acomoda el barbijo en un descanso entre paciente y paciente.

Pensativa, recuerda los primeros días de pandemia como algo lejano, como algo que paso hace mil años. “Cuando empezamos, lo más nuevo e inmediato que tuvimos que implementar fue el tema de la vestimenta y los cuidados sanitarios. El traje, los barbijos, la máscara, acostumbrarse a eso fue lo que más nos costó, sobre todo teniendo en cuenta que en Alta Gracia las cosas no fueron realmente graves hasta este año, o en realidad este año vimos que las cosas podrían ser mucho peores que en 2020. Esta segunda etapa es mucho más crítica. El año pasado teníamos atención de pacientes Covid, pero los pacientes se derivaban siempre para internación. Posteriormente se prepararon las camas para sala común, que se fueron destinando de a poco, hasta que finalmente toda la sala común de Clínica Médica, con las 25 camas, pasó a ser sala Covid. Después se habilitó la terapia, con cinco camas, y ahora lo que se hace es derivar los pacientes a Córdoba o a donde haya lugar con camas concretamente”.

Como casi todo el personal de salud, Laura afirma que en esta segunda ola el virus se volvió más letal y está afectando a gente muy joven que no puede volver, que termina muriendo. “Cuando ves que el paciente llega sin poder respirar, le ves el miedo en los ojos, porque no podés ver más nada de su cara. El miedo que siente te lo transmiten. Muchos saben que si les toca ir a terapia es probable que no vuelvan, otros saben que no van a ver a su familia por un tiempo largo y lo más difícil es hablar con los familiares y decirles eso, que no van a volver a ver a sus seres queridos. Eso es lo más desalentador”.

Para ella, una de las cosas más tristes y difíciles es tratar a alguien conocido. “Por ahí también lo más duro de trabajar en una ciudad chica es que lo más seguro es que conozcas a la persona que llega para ser internada, porque compartiste algún momento de tu vida, porque la conoces del barrio o a su familia, eso también es muy fuerte. Me tocó internar a un hombre que meses antes le había arreglado la bici a mi hijo, y terminó falleciendo. Es muy duro, muy shockeante. Pero de todos modos es algo que pasa todo el tiempo, más allá del Covid. Sin embargo, cuando el paciente tiene enfermedades crónicas previas, o tratamientos largos, por ahí son muertes esperables. Con el Covid, a la edad de las personas se suma que muchas no tienen enfermedades previas, más que una comorbilidad. Y terminan siendo muertes inesperadas, como cuando ocurre un accidente. Una persona ingresa sin poder respirar y a la semana te enteras que murió. Como nos pasó con nuestro compañero –Santiago Gerónimo– que tenía las dos dosis, no tenía enfermedades previas, y cuando nos dijeron que había fallecido no lo podíamos creer. Se le hizo todo el tratamiento, todos los protocolos y nada funcionó, porque es un virus muy impredecible”.

Entre las cosas más desgastantes, la médica identifica sobre todo, la negación de la gente a que existe el virus, la falta de empatía, el “a mí no me va a pasar”. “Yo entiendo que la gente está cansada, pero muchos ni siquiera usan el barbijo. Otra cosa que nos desalienta es que no nos consideren el trabajo. Muchas veces somos muy maltratados por la gente, y hay que tener en cuenta que nosotros no somos los responsables del sistema de salud que tenemos, sino que somos la cara visible. Siempre, todo lo que hagamos, va a ser para que las personas estén bien, nunca nuestra intensión va a ser dañar al paciente, sino ayudarlo”.

 

La importancia del trabajo en equipo

El hospital Arturo Illia cuenta en la actualidad con 25 camas de sala común y cinco de terapia intensiva destinadas al tratamiento de pacientes Covid-19 positivos. En total, la tarea es absorbida por 50 o 60 personas, abarcando médicos, enfermeras e instrumentistas. Adriana López, es la supervisora del servicio de Clínica Médica, que actualmente está destinado a internación de pacientes Covid moderado e intermedios. Tiene 53 años, y hace poco menos de un mes perdió a su madre, de 72 años. Otra víctima que se llevó el Covid. La mujer, como tantos otros, tenía las dos dosis de la vacuna, pero se contagió y falleció. “Con ella se aplicaron todos los protocolos, usamos todos los tratamientos que hay, pero no lo logró. Pasa mucho, y me desalienta cuando hacés todo, aplicás el protocolo, la medicación, el oxígeno, los cuidados, pero el paciente se agrava y sabes que no va a salir”.

Adriana es de Alta Gracia, y toda su vida estuvo dedicada a la salud. Ni en sus perores pensamientos imaginó que la realidad hoy golpearía tan duro, que el cansancio y la desesperación estuvieran muchas veces cerca de ganar la batalla. “Nunca nos imaginamos esto. Yo también estoy afectada al área de control de infecciones y cuando en 2019 comenzamos a escuchar de los casos que había en China empezamos a parar las antenas y a trabajar, pensando en los posibles escenarios que podíamos tener, las medidas que había que implementar si nos tocaba. Y finalmente nos tocó, y tuvimos que armar todo de cero: buscando los elementos de bioseguridad, que al principio empezaron a escasear porque no había en el mercado. Cuando se desató la pandemia, mucha gente de Alta Gracia nos dio una mano grandísima, nos confeccionaba los ambos descartables, las botas, las cofias. La gente de la ciudad se portó muy bien con nosotros y nos dio el primer empujón”.

Antes del caos, el equipo de salud había empezado a capacitar a los profesionales en medidas de bioseguridad, de cómo trabajar en equipo, porque todo es, ante todo, un trabajo en equipo. “Cuando te vestís, hay alguien que está a la par tuya, viendo que esté integro el equipo, que no te olvides de nada. Al principio había mucho desconocimiento y mucho temor. Hubo que contener mucho a los compañeros, porque no era fácil entrar y ver ese panorama, pero nos cuidamos entre todos, con mucha responsabilidad y compromiso”. De hecho, dentro de la institución hubo un solo contagió, que incluso se dio en el área no Covid.

Al igual que ocurre en la terapia intensiva, las enfermeras tienen como propósito incentivar y promover el contacto de los pacientes con sus familiares, siempre y cuando, no se ponga en riesgo la salud de estos últimos. “Cuando los familiares vienen a traerle cosas a los pacientes, los llevamos para que los vean por la ventana, que los hablen, los saluden, porque es muy duro. El paciente está solo y esa es la peor parte por ahí, porque es lo que más les pega, aunque no estén desconectados de la realidad porque tiene tele por ejemplo, están muy solos. Ese contacto los ayuda un montón, los predispone mucho mejor, porque le decimos a la familia que los aliente, que les de fuerza. Los pacientes se ponen muy contentos cuando ven a alguien cercano”.

¿Cuánto falta para que termine la pesadilla? Nadie lo sabe. Mientras tanto, el personal de salud continúa batallando en la primera línea contra la pandemia, esperando que los recursos humanos y materiales y que los avances de la ciencia sean los adecuados, los correctos, pero sobre todo que alcancen.

La vida y la muerte se disputan a los pacientes en un escenario trágico y esperanzador a la vez, donde los implicados solo tratan de encontrar una luz al final del túnel de la desesperanza.

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