Delia

Crónica escrita por una alumna de 6to año del Colegio Anglo Americano en el marco de la asignatura de Lengua y Literatura a cargo del profesor Nicolás Rigoni.

Opinión21 de septiembre de 2024 Alumna de 6to año Colegio Anglo Americano
calles

Corría el año 2023 en el pueblo llamado La Paz, ubicado en Traslasierra, Córdoba. El calor de primavera ya empezaba a asomar y el viento soplaba más fuerte de lo habitual, llevándose consigo otro de los ya sucios y embarrados carteles pegados en las paredes de la escuela, uno de los pocos que quedaban. Yo seguía sentada en el banquito del patio, nuestro lugar en el mundo, el que compartía con ella, con Delia. Conocí a Delia a los 7 años, acá mismo, en esa época este patio era parte de la primaria y desde allí nos volvimos inseparables. Todo lo hacíamos juntas hasta aquel 18 de septiembre de 2018, un día como hoy precisamente. Teníamos 14 años y era nuestro primer año de secundaria.

Esa mañana llegué más temprano a la escuela, Delia llegó unos minutos después emocionada por el festejo del Día de la Primavera que tanto estábamos esperando. Nos pasamos las clases hablando de ello, hasta que llegó la hora de irnos. Un profesor había faltado y Delia no logró avisar a sus papás para que la buscaran, así que le pregunté si quería que la llevara a su casa para que no volviera caminando sola, pero se negó. Ella vivía a 6 km del colegio y me había contado semanas atrás que su familia no era muy querida por un grupo de vecinos. "Siempre que paso por sus casas me gritan cosas", me dijo. "¿Por qué?", le pregunté. "Porque mi familia es de origen boliviano".

Al venir ese recuerdo a mi mente, volví a insistir: "Dale, te alcanzo", pero no logré convencerla. No sabía que Delia jamás lograría llegar a su casa. Una de las cámaras de vigilancia de la estación de servicio fue la última que vio a mi amiga. Su imagen aún era vívida, aún se podía ver ese brillo en sus ojos que tanto la caracterizaba, su cabello negro y largo que tanto admiraba, y la mochila con el llavero que le había regalado para su cumpleaños del año anterior. Esa fue la última grabación que tuve, que tuvimos, de ella, la que entre lágrimas todavía recuerdo.

Sus papás, Modesta y Mario, se encontraban en casa ese día. Modesta preparaba su famosa sopa de maní, esa que tanto nos gustaba, para darle la sorpresa a Delia cuando llegara de la escuela, la mirada aún calmada de la mujer rodeaba el espacio una y otra vez hasta llegar a la puerta, los minutos pasaban, se volvían lentos, cada vez sus ojos se cerraban más y su ceño se fruncía, salió varias veces al patio, a ver si la veía venir, pero no fue así. Modesta llamó a sus otros hijos y los sentó a la mesa. Ya preocupada, mientras servía la sopa, les preguntó en lengua indígena, la que ellos hablaban: “¿Alguno sabe por qué Delia no llegó?” Pero ninguno sabía nada, ellos comían tranquilos. pero el corazón de Modesta ya comenzaba a latir más fuerte, las horas pasaron y su hija seguía sin aparecer. Esperó nerviosa a que Mario entrara en la casa, se encontraba trabajando en el terreno del fondo hacía ya unas horas y al llegar, la falta de su hija era demasiado evidente. La voz temblorosa de Modesta le dijo: "No está, no volvió de la escuela". Y juntos fueron a recorrer el camino por el que habría vuelto su hija, la escuela e incluso la plaza a la que solían ir, sin éxito. Cayendo la noche, llegaron a la comisaría a denunciar su desaparición.

El oficial de turno no se esforzó mucho en lograr entender los hechos. Modesta, con el poco español que sabía, las lágrimas que recorrían su rostro y las palabras que apenas podían salir de su boca, logró explicar la situación. Mario, en cambio, aún mantenía una mirada baja, aunque por dentro la angustia y la impotencia lo consumían.

Yo me enteré al día siguiente. Nos avisó la preceptora. En el momento no me salió llorar, fue un shock instantáneo cargado de la esperanza de que no fuera verdad, o de que si lo era, lograra revertirse. Todavía había tiempo, todavía había energía, todavía había entusiasmo por encontrarla. Entusiasmo, energía y tiempo que no duraron mucho.

Los meses pasaron y la escuela se llenó de carteles con la cara de mi amiga, la mayoría en blanco y negro, en grande una foto de ella sonriente, alegre y la frase "se busca". Sus papás acudían incansables a la comisaría sin respuesta, sin pistas, sin incógnitas resueltas. Y yo rezaba a diario por recibir buenas noticias.

Una noche de diciembre, una vecina de Delia, una de las que siempre le gritaba cosas, fue a la comisaría, cansada de los abusos de su marido, no pudo más y decidió denunciarlo. "Te voy a matar y te voy a tirar en un pozo como hice con la boliviana", le dijo. La mujer le entregó al oficial una cadenita y un par de aros que comprobaron sus hechos, eran de Delia. Pero al llegar la policía a la casa de la vecina, Martínez apareció ahorcado, muerto; con su muerte, toda esperanza de saber qué pasó con mi amiga se esfumó. Poco a poco, todos lo fueron olvidando. La gente parece haberse vuelto indiferente a la situación. A veces encuentro carteles suyos tirados en los tachos de basura y todavía los agarro, así, sin asco, como si pudiera ayudar en
algo.

El miedo se volvió un compañero. Ya no vemos chicas de esa edad caminando solas. Hay más policía y esas cosas. La inseguridad cada día es mayor. El miedo a terminar como Delia está presente en la mayoría de nosotras. A diario lo pienso, a diario me acuerdo, y todo mi cuerpo se paraliza. ¿Por qué a ella? ¿Pude haberlo evitado? ¿Por qué le harían algo así? Resuenan en mi mente cada día, aún ahora, 5 años después, sin respuestas, solo suenan, me atormentan, me angustian.

A veces me cruzo con sus papás, nos abrazamos, y volvemos a lo nuestro, pero mi dolor sigue y seguirá siempre. Su ausencia dudará y viviré por su recuerdo. Quizás en otra vida, sí festejamos juntas la primavera, sí seguimos riéndonos y charlando en clase, sí nos sentamos un día más a desayunar en nuestro banquito, sí pudiste vivir la vida que merecías, si logramos seguir creciendo juntas, aprendiendo juntas, quizás en otra vida, si lograste llegar a casa.

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