Cuerpo, placer y violencia: una lectura de La débil mental, de Ariana Harwicz

La autora aborada la mirada de Harwicz, quien explora una sensibilidad femenina cruda y sensorial, donde deseo, placer y violencia se entrelazan sin filtro ni juicio moral.

Cultura12 de junio de 2025 Por Paula Franicevich
Harwics, Ariana

La débil mental (2014), segunda novela de Ariana Harwicz, es una obra que desafía convenciones narrativas y morales a través de una mirada cruda y sensorial sobre la experiencia femenina. En ella, Harwicz construye un relato que atraviesa temas como la sexualidad, el abandono, el deseo y la violencia, desde un cuerpo y una sensibilidad que rehúyen la sentimentalidad. 

Dado que, en la repartija de cualidades, la sensibilidad es la que a las mujeres nos ha tocado, a partir de ella intentaremos esbozar esta lectura.

 

I.

Una forma de ser sensible es llorar mucho, como si la sensibilidad fuera la expresión de vivencias que se perciben de manera aumentada. Pero una persona que es sensible porque llora, no necesariamente siente el dolor de manera física. La sensibilidad-sentimental es, de alguna manera, metáfora para una forma intensa de experimentar emociones y sentimientos.

La otra forma de ser sensible es tocar, oler, probar: incorporar a través de los sentidos.

Sensibilidad es a la vez “la propensión de las personas a emocionarse o dejarse llevar por los sentimientos”, y “la capacidad de experimentar sensaciones de un ser vivo o de uno de sus órganos”.

La primera definición, sensible-sentimental, caracteriza el estereotipo de la cuidadora: atenta de las necesidades de los otros, íntima y empática, esta mujer encarna el modelo de buena madre y buena esposa.

La segunda definición, sensible-sensorial ha servido para la exclusión femenina de la vida pública desde tiempos antiguos. Hay estudios que muestran, incluso, cómo ciertos discursos médicos durante el siglo XIX buscaron justificar el lugar social de las mujeres a partir de una lectura del cuerpo que reforzaba ideas muy arraigadas sobre lo femenino y lo masculino: lo interior frente a lo exterior, la sensibilidad frente a la razón, la pasividad frente a la actividad.

Por otra parte, la sensibilidad femenina ha estado siempre supervisada y subsumida al rol materno-reproductivo. A través de instituciones como iglesia, familia y estado se han reproducido ideas que asocian la experimentación y el placer corporal femeninos con corrupción moral. Así, la cualidad sensible es antes una puerta abierta al vicio que una virtud. Nótese que la interrupción entre la experiencia sensorial y el goce está marcada por modelos de conducta que, en definitiva, son sociales y operan de manera punitiva a través de una condena moral.

En La débil mental, Harwicz recupera la sensibilidad femenina desde un punto de vista no sentimental, sino sensorial, y que no busca justificación moral. La sensibilidad está atada a la experiencia de cuerpos que viven, sufren y gozan. Se expresa en la manera en la que el cuerpo entra en contacto con los elementos del mundo: la naturaleza, el trabajo, la comida, la bebida, las imágenes, el cuerpo de los otros.

 

II.

La novela desarrolla el crecimiento y devenir de la narradora y sus vínculos.

El primer capítulo, que recrea la infancia y la adolescencia del yo narrativo y su iniciación sexual, tematiza el abandono a partir de la ausencia paterna, que reverbera en posteriores ausencias masculinas a lo largo de la novela. En contrapunto, se pone el foco en la presencia materna y la complejidad de la relación que con mamá se construye: un vínculo ambivalente del que se huye y al que se retorna.

El primer capítulo también introduce una relación compulsiva con el celular, que representa la ausencia de un otro masculino que, solo de a momentos, aparece y propicia placer sexual.

El segundo capítulo es de juventud-adultez, y está marcado por el hastío de la vida laboral, las presiones económicas y las demandas de la madre, que pone sobre la hija el peso de la manutención de ambas, pero también por el acentuamiento de la falta masculina. La continuidad intermitente del hombre que se ausenta, ahora se percibe bajo amenaza por la presión materna que exige definiciones, que considera que todo lo de su hija es asunto de ella. La continuidad amenazada, además, evoca el otro abandono, que la narradora entiende como responsabilidad materna: acusa a su madre de querer provocar el fin de la relación con el hombre del celular, así las abandonadas son las dos. Este riesgo desemboca en una nueva huida, esta vez, lejos, en tren, hacia lugares que no habían sido visitados.

El tercer capítulo, aborda el abandono de la figura masculina y el retorno al núcleo materno, tópicos que ya habían sido trabajados a lo largo de los capítulos anteriores. El capítulo concluye con el acto de venganza que termina con la vida del ser deseado, y que, en un único movimiento, opera como venganza doble de la madre y la hija.

 

III.

La novela comienza con una niña en un mundo escindido: afuera, las lavandas y las nubes; adentro, una madre que se encierra y se arranca los pelos. El texto ofrece imágenes que redirigen a sensaciones: no a pensamientos (porque no hay una elaboración intelectual que se superponga a la experiencia), y no a sentimientos (porque los estados emocionales y anímicos están ausentes en la descripción). 

Estas imágenes desencadenan actos de imaginación. Del contraste entre madre-llanto-encierro y lavandas-nubes-libertad, la narración se desliza a una escena de placer genital edificada sobre la fantasía. La imaginación y el cuerpo no son cosas separadas, sino que se alimentan mutuamente para dar lugar a una experiencia sensible: “Me invento una vida en las nubes sentada en mi clítoris”.

La mención a la estimulación del clítoris nos remite a un código sexual y, en particular, a la sensación de placer que la narradora describe más adelante como “morfina en los dedos”. Mediante esta comparación, el placer sexual se vincula tanto con una forma de aliviar el dolor como con un opioide que puede generar adicción, un eje que podemos rastrear a lo largo de la novela.

Si bien la imaginación aparece como productora de estímulos sensoriales y la fantasía está directamente relacionada con el placer físico, hay algo de esa experiencia que, paradójicamente, la devuelve a la realidad donde “la hierba es hierba”. En estos lapsos, en los que la protagonista evita a una madre displaciente (que grita y de quien corre), lo que es, es: como si el displacer, el llanto, el encierro y el sufrimiento materno fueran la bruma que no permite ver claramente.

Ya comentamos que el primer capítulo introduce la temática del abandono a partir de la ausencia de la figura paterna. En esta escena, también se dibuja un contraste entre las dos sensibilidades: la de una mujer en el encierro que llora y sufre, y la de otra, que canaliza lo real a través de una experiencia sensorial, quizás adictiva, que la calma.

Además del énfasis en la experiencia sensorial en sí, Harwicz se perfila desde el inicio de la novela como una autora desafiante: nos pone no solo ante una instancia de sexualidad no reproductiva, sino de masturbación en la infancia.

A lo largo de la narración, su carácter provocativo se despliega y se intensifica. En adelante, la novela presenta el deseo como algo indómito y hasta monstruoso, que adopta caminos distintos a los de la moral: nos enfrenta a situaciones que con facilidad calificaríamos como desagradables y hasta inaceptables: una escena que la relaciona a la protagonista con un primo retardado, en la que no queda claro hasta qué punto se trata de abuso; una escena en que la narradora fantasea con una violación brutal.

Aunque aparecen imágenes que el lector podría asociar con juicios, estados de ánimo o sentimientos, la narración no los enuncia: relata sin interpretar, nombra sin adjetivar. Es el lector quien debe completar los espacios que la narradora deja abiertos, acudiendo a sus propios marcos interpretativos y aprendizajes socioculturales.

Esto, como estrategia literaria, genera por un lado, la incomodidad de una fricción con los valores propios. Por el otro, el reconocimiento de un tipo de suceso que no es extraño a nuestra realidad cotidiana: ¿es más incómodo pensar en una mujer que desea al primo discapacitado que aceptar las noticias sobre mujeres discapacitadas embarazadas por algún miembro de su familia?

 

IV.

El desenvolvimiento del personaje en relación con el deseo nos alienta a suponer una sexualidad entrelazada con la violencia y el desprecio como forma de placer donde no hay sentimientos y no hay delicadeza: hay descuido y sumisión como experiencia de goce.

Respecto de sus deseos, sus sueños y sus actos, la narradora no pide ser comprendida ni exige empatía, nos encontramos con una serie de objetos dispuestos sobre la mesa sin claves concretas para la producción de un juicio. Esto no implica que la inclusión de estas escenas no exija una interpretación crítica, pero la clave para esa crítica no está dada: queda a cargo del lector.
En una conferencia titulada Monstruas y centauras, Marta Sanz reflexiona sobre un imaginario en el que todas nos hemos criado, donde el secuestro, la vigilancia, la captura y el rescate se configuran como situaciones eróticamente deseables. Frente a esto, propone preguntarse por qué deseamos lo que deseamos, especialmente cuando tantas veces esos deseos responden a expectativas masculinas. Aunque aclara que no cree lícito juzgar la conducta erótica de ninguna, ni culpar a ninguna mujer por lo que desee, sí sugiere poner el foco en estas representaciones para abordarlas de manera crítica y reflexiva. Las escenas que propone Harwicz se alinean con esta invitación: no condenan el deseo, pero lo exponen de forma tal que incomodan a quien observa.

 

V.

El eje del placer masturbatorio se mantiene y se desarrolla a lo largo de la novela: si al principio se perfila como vía de escape y alivio, durante el desarrollo, vemos cómo la protagonista encuentra un tipo de placer diferente en su vínculo consigo misma, asociado a la naturaleza, a la calma y al ritmo del cuerpo: “(...) estoy eyaculando sola en una pradera entre la hierba alta y fresca. Y se oyen rugidos que no se acercan. Y mi mano es un instrumento melódico y vibra”.

Este tipo de placer contrasta con la sexualidad vinculada al sexo opuesto, que está marcada por la violencia, la extracción utilitaria y el abandono.

Otro contraste aparece en la relación con la madre: un vínculo marcado por tensiones y violencias, pero también por compañía y cuidados. La madre es la siempre presente; tanto que invade, tanto que roza el incesto. A veces, la imagen materna irrumpe en momentos de intimidad y se desvanece: “La fuerza destructora del sexo borra de un palazo la cabellera rubia de mamá (...)”. 

Esta madre, criadora solitaria, escapa de los modelos publicitarios del maternar. Sexual, perversa, violenta, bebedora y vividora, constituye el vínculo de mayor importancia en la trayectoria de la protagonista. Aunque no es siempre un lugar seguro, sí es el lugar al que vuelve.

Tampoco la protagonista es Julieta Capuleto, y no es el amor romántico lo que mueve su deseo, sino el placer del sexo. Es cierto que la satisfacción es momentánea y que el temor por la pérdida podría abrir la discusión de una necesidad de carácter afectivo, pero la falta de la dimensión sentimental no está planteada como problema, y ser “la otra” no es desencadenante hasta que sucede el abandono explícito. De alguna manera, el sexo sigue operando como morfina y la falta es lo que precipita el colapso. Cuando los sentimientos afloran en ella, no son empáticos, amorosos y orientados al bien público: son fantasías de muerte y venganza.

 

VI.

La débil mental nos obliga a detenernos ante lo incómodo. Propone un despliegue del cuerpo femenino en relación con el goce que resulta difícil de procesar y hasta desagradable si nos paramos desde una concepción del deseo emparentada con el romance, la ternura y la idealización de lo femenino desde una perspectiva sensible-sentimental.

Vale la pena destacar que temas como la masturbación, las relaciones intrafamiliares, el sexo y la discapacidad, la violación y la violencia, y lo violatorio como eróticamente deseado, no son meras elucubraciones perversas ajenas a nuestra realidad cotidiana.

A través de estos ejes en los que la autora “desafía las expectativas morales del lector”, Harwicz nos enfrenta con situaciones que nos atraviesan directamente o que suceden a la vuelta de la esquina, mucho más palpables, locales y ordinarias que los modelos que nos muestran la tele, los libros, las redes y las revistas.

Quizás estas figuras, más legibles, más digeribles y más aptas para el consumo, que se perfilan como ciertas y están proyectadas desde mundos que parecieran ejecutarse al costado del nuestro, nos distraen cotidianamente de reflexionar sobre la naturalidad con la que las situaciones que nos incomodan efectivamente ocurren.

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