Impunidad de prensa

Editoriales26 de octubre de 2007 Diario Sumario
Por Jorge ConalbiEn 1996, ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, el genial Gabriel García Márquez definió al periodismo como “el mejor oficio del mundo”. La pasión que el colombiano puso en aquella ya célebre caracterización fue sólo comparable al bello discurso que pronunció aquel día en Los Ángeles. Allí, “Gabo” reivindicó el oficio ante la profesión. Rebatió la afirmación de esa universidad que sostenía que los periodistas no eran artistas y lo hizo sosteniendo que el periodismo es un género literario. En ese texto describe las épocas en que la actividad se desarrollaba con el cuerpo, con el alma y con una entrega que casi siempre ponía en peligro la vida, incluso la familiar. Veinte años antes que el máximo exponente del realismo mágico, también Alan Pakula expuso en “Todos los hombres del Presidente” su pasión oculta por aquel periodismo, en la memorable escena en que Ben Bradlee -director del Washington Post en plena investigación del Watergate- les advierte a Bob Woodward y a Carl Bernstein que si “garganta profunda” seguía desaparecido todos deberían abandonar el periodismo... y entonces tendrían que trabajar. Esa práctica rayana en la bohemia tenía otra característica: era casi infalible. El propio orgullo no dejaba margen para equivocarse. En 1985 un error matemático, un cero de más, le jugó una mala pasada a un razonamiento del brillante periodista Norberto Colominas. Se ganó la peri-feria y hoy casi nadie sabe quién es. Ese cálculo fallido le costó carísimo. Por estas latitudes, semanas atrás, un incapaz que no puede diferenciar el sujeto del predicado dio cátedra de ignorancia, y haciendo alarde de la soberbia del bruto, exigió normas que ya existen y una distribución de bancas que la ley impide. Todo cambia: su inopia fue premiada. Durante la década de la corrupción se profesionalizó el oficio. Los bancos se apoderaron de los medios y las empresas familiares fueron devoradas por grupos y multimiedos. Salvo en contadísimas excepciones, a la cabeza de ellos no hay periodistas: hay gerentes. Al mismo tiempo -¿o quizá por eso?- la tecnología ayudó a que periodista sea cualquiera. Cada vez más de moda, los comunicadores saben hacer la prensa, entienden mucho de marketing y poco de literatura, creen que El Gran Hermano es un programa de TV y que Alí Babá lidera una banda de ladrones. No leen los diarios, pero “informan” al “público”. No saben titular una crónica, pero sí vender una “publinota”. Así fue posible que se informara –muy seriamente- que un hombre estaba embarazado, que un perro robaba y que hay que creer en la Justicia. ... Ese modelo hoy también está sentado en el banquillo de los sospechados. Parece ser lo mejor para ayudar a construir la sociedad soñada. Para volver a hacer de éste, del periodismo, “el mejor oficio del mundo”.
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