El mono que tocaba el piano

Cultura23 de noviembre de 2007 Diario Sumario
Por Luis Altamira Enrique Mono Villegas nació sietemesino el 3 de agosto de 1913, en Buenos Aires, de padre dentista, escribano, abogado y organizador de riñas de gallos. Su madre murió cuando tenía 6 meses. "Me criaron unas tías condescendientes que jamás me obligaron a nada. Fui un pibe feliz que decidía por su cuenta lo que iba a hacer cada día”. Decía que su biografía terminaba a los 7 años, cuando aprendió a tocar el piano que había en su casa: “Fue lo único que hice el resto de mi vida". Lo anotaron en el Instituto Musical Guiseppe Verdi al mismo tiempo que en la escuela primaria, y aprendió a descifrar una partitura antes que a leer. Tocaba nueve horas diarias y su primer maestro fue el compositor Alberto Williams, quien le permitió ejecutar todos los géneros musicales. A los 9 años descubrió el jazz y se fascinó. "No me gustaba estudiar pero igual tuve que ir al colegio. En cuarto año quedé libre de tanto hacerme la rabona en el conservatorio". A los 19 años interpretó el Concierto para Piano y Orquesta de Ravel en el Teatro Odeón, y a los 21 estrenó la versión original de Rapsodia en Azul, de Gershwin. Trabajó como músico para radio El Mundo hasta que lo echaron por declarar que la muerte de Ravel era más importante que la del Papa. En 1941 dirigió la première de una obra de su autoría, Jazzeta, interpretada por el pianista Carlos García como solista y por una selección de los mejores músicos de jazz del momento. Sus primeras agrupaciones de importancia fueron el Santa Anita Sextet y Los Punteros. Fue socio fundador del Bop Club Argentino, que nucleaba a los solistas más sobresalientes e impulsaba las tendencias modernistas. A mediados de los ‘50, Villegas viajó a Nueva York con un contrato para grabar cinco álbumes para la Columbia, tal el prestigio que gozaba como músico de jazz por entonces. El Mono se quedó ocho años en Estados Unidos. Grabó Introducing Villegas (1955) y Very, Very Villegas (1956). “Fui un fenómeno, salí hasta en la revista Vogue, toda Nueva York hablaba de este pianista “south americano”. Cuando se murió Ernesto Lecuona, la Columbia me pidió grabar un long-play sobre su música y me opuse. “Yo no soy cantante -les dije-, yo vine a tocar jazz”. Y me echaron y me pusieron en una lista negra. Me convertí entonces en un free lance. Toqué con los mejores músicos del mundo y con los peores, pero siempre como yo quería. Lo demás me importaba un comino, ya que el responsable era el director de la orquesta”. Famosa es su anécdota con Duke Ellingtom en un club de Cleveland. “Yo tocaba de pianista de intermedio; Duke tocaba 40 minutos y yo 20, y así. Cuando tocaba él, lo escuchaban en un gran silencio y respeto; salía a tocar yo y no pasaba ni medio. En mi segunda vuelta se me ocurrió tocar un popurrí de composiciones de Gershwin y nadie escuchó nada. Me disgusté y les dije: “Hace dos semanas murió un gran artista que, como yo, tocaba de pianista de intermedio, y me parece que ustedes tampoco lo habrían escuchado, se llamaba Art Tatum”. Entonces Duke tomó el micrófono y pidió perdón por todos y para demostrarles el error, se puso a tocar Star Dust al estilo mío y seguimos tocando a cuatro manos y el público nos ovacionó. Y cuando toqué solo en el intermedio siguiente, no voló ni una mosca”. El Mono descubrió lo caro que podía ser Nueva York. Se la pasaba yendo al cine, cenando café con leche con pan con manteca y escuchando jazz. Un poco antes de regresar a la Argentina, tuvo un intento de suicidio. "Yo estaba muy enamorado de una chica, pero un día discutimos y decidimos separarnos. Me deprimí. Iba caminando con ella y pensé: “Cuando pase el primer auto, me tiro abajo”. Vino un auto y me tiré, pero en ese preciso momento se prendió la luz roja y el coche frenó. Era un taxi. ¿Qué hizo la mujer? Se lo tomó y se fue. Un tiempo después hablamos por teléfono y le dije: “Si me querés ver hoy te va a costar 35 centavos (que era lo que costaba el boleto del colectivo). Si me querés ver mañana te va a costar 850 dólares (lo que costaba un pasaje de avión a Buenos Aires)”. Por supuesto a los dos días estaba en la Argentina, sin ella. Nunca más la volví a ver." De regreso en Buenos Aires, palpó el aumento de su fama. Su departamento se convirtió en el eje de reuniones a las que asistían jóvenes músicos y en las que se filosofaba, se bebía y se tocaba hasta altas horas de la noche (dicen que cuando andaba corto de dinero, el Mono cobraba las bebidas que ofrecía, lo que nos remite a una famosa frase suya que decía que, para vivir, alcanza con tener 30 amigos que lo inviten a comer a uno a sus casas una vez por mes). En 1966 abrió un boliche, Villegas y sus amigos, en el que tocaba puntualmente entre la una y media y las tres de la mañana, y que fuera clausurado por ruidos molestos. “El ochenta y tanto por ciento de la humanidad tiene una banana en la oreja –decía- y no siente ningún placer escuchando música. Mi duda ha sido siempre si la gente entiende lo que hago. Creen que comer caviar con champagne da status, aunque no les gusta. Cuando toco, ¿sienten algo, realmente? ¿O estoy de ídolo? “ Después de su regreso, Villegas formó un trío con Jorge López Ruiz en contrabajo y Eduardo Casalla en batería (reemplazados posteriormente por Alfredo Remus y Néstor Astarita). El trío le permitía desplegar a sus anchas todo el bagaje de su formación jazzística, y su pasión inagotable por la improvisación. Remus recuerda que con él “no existían los ensayos, y aun cuando alguna vez nos juntamos a ensayar, en el momento de tocar salía con cualquier tema menos los que se habían ensayado. Inclusive por ahí atacaba con temas antiquísimos, que sólo los conocía él. Era un gran baladista, yo lo recuerdo así. Como que se suspendía en el aire y creaba un gran clima, tenía la posibilidad de manejar los silencios, que en la música es lo más difícil”. El Mono Villegas retornó a los estudios a partir de 1967. Grabó para el sello Trova una serie de álbumes que incluyen un tributo a Thelonius Monk, preludios de Chopin, una sesión con Paul Gonçalves y Willie Cook (dos de los músicos de la orquesta de Duke Ellington), y un tributo a Jerome CERN, con su último trío integrado por Oscar Alem y Osvaldo López. Los últimos años los pasó tocando en La Peluquería de San Telmo. "Estoy llegando al fin y jamás me prostituí con la música", dijo por aquel entonces. Murió el 10 de julio de 1986, mientras realizaba ejercicios de rehabilitación para recuperarse de una quebradura de cadera. “La vida es lo más maravilloso que existe, pero lo frustrante es que el presente muy pronto se convierte en pasado y el futuro es siempre incierto”.
Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email