24 de marzo, con el "otro" Ejército en las calles

GOLPE DE 1976

Editoriales 24 de marzo de 2020 Diario Sumario

Este 2020 le reservó al 24 de marzo una imagen inimaginable hasta hace pocas semanas: las tradicionales marchas multitudinarias cedieron su protagonismo a calles vacías patrulladas por fuerzas militares y de seguridad.

A mediados de febrero, el Presidente destacó que los actuales militares son “hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas que han nacido como oficiales en la democracia" y agregó: “Yo lo celebro y no va en detrimento de nadie. Muchos oficiales trabajaron en la institucionalidad y para la democracia". En la misma intervención Alberto Fernández planteó la necesidad de “dar vuelta la página” que llevó a una desproporcionada reacción de Nora Cortiñas, quien calificó al Jefe de Estado de “negacionista”. Después llegaron las disculpas y el encuentro en Casa Rosada.

La pandemia del Covid 19 clava una nueva bisagra en la historia de la humanidad y podría herir de muerte a los paradigmas neoliberales que a fines del siglo pasado desparramaron por el mundo Margareth Tatcher y Ronald Reegan. La globalización -proceso ya maltrecho por la obscena concentración de riqueza en cada vez menos manos- se cae a pedazos frente a la reacción de cerrar las fronteras de lo que queda de los otrora estados nacionales. Presa del pánico, la humanidad repite la necesidad de Estado.

“No quiero ser un gran Presidente, quiero ser el Presidente de un gran país”, sostuvo Alberto Fernández durante la campaña electoral en la que prometió cerrar la grieta entre los argentinos y argentinas. El coronavirus le ayudó a construir y fortalecer su liderazgo, sumar apoyos traspasando las fronteras del propio espacio y enviar símbolos inequívocos como realizar anuncios flanqueado por Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y Omar Perotti.

Antes de la peste, AF ya había asumido la dura tarea de configurar un nuevo estado con los jirones de Argentina que el macrismo dejó.  El nuevo escenario se le presenta como la oportunidad que siempre anida en algún lugar de la tragedia.

El volver a las fuentes de un industrialismo argentino articulado con la capacidad de producción de las fábricas militares -casi un ADN del peronismo- no significa que la historia se repita linealmente.

El fracaso de las burguesías nacionales, que terminaron absorbidas por la economía parasitaria global, le devuelve la centralidad a las pequeñas y medianas empresas y al desarrollo de los mercados internos.

El golpe cívico militar de 1976 fue la consagración de fuerzas armadas al servicio de los intereses neoliberales que necesitaban la destrucción sistemática del aparato productivo argentino.

La construcción de un gran país -con las bases con que Argentina ya cuenta- es una posibilidad cierta sólo transformando el capital parasitario en capital productivo. De nada servirá generar riqueza si esta se esfuma en segundos en la nube de la especulación financiera. La tarea supone no pocos conflictos que la emergencia ayuda a superar.

El proceso -plagado de amenazas- también resulta impensable sin fuerzas armadas comprometidas en la construcción de ese gran país. Demanda cerrar las heridas del pasado reciente. Difícilmente Argentina tendrá otro Ejército sin cerrar heridas aún abiertas. A la oficialidad joven -heredera de la tibia autocrítica que en 1995 ensayó Martín Balza- hay que abrirle espacios propios en el camino de la memoria, la verdad y la justicia, como labor ineludible de la integración nacional.

El ciclo tiene aristas más filosas. A 44 años del golpe cívico militar, ya no son los cuarteles de las fuerzas armadas el refugio de la impunidad, sino los lujosos despachos de sus mentores.

Es la deuda pendiente de la institucionalidad.

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